El Granada ha destapado el tarro de las esencias, o el Pozo de las esencias, viendo el fútbol que tiene en las botas un chaval que estaría recién salido del instituto. El partido en el que más se ha sufrido en toda la temporada es el que más me ha gustado. Y en el primero en el que mi racionalismo futbolero me invita a salirme de la vía de la prudencia y pensar, ¿por qué no? Pero mantengo el discurso de que quedan 30, a dos partidos de cubrir la media maratón a la permanencia.

Mientras tanto, el equipo dio un paso de gigante en su credibilidad. Me creo esta capacidad de sacar adelante partidos broncos y feos. Creo que es fundamental y que es básico para seguir por la vía correcta. Llevábamos mucho tiempo sin ver a un Granada fiable, con sus cosillas, pero sin fisuras de extrema gravedad. A mi me pareció un baño al Mallorca, sobre todo con la pelota. San Emeterio mandó y Montoro, sin estar en una actuación brillante, hizo lo que tenía que hacer. Se encerró al Mallorca con criterio y pelota, y de no ser por la falta de puntería de Ramos, el padecimiento no hubiera sido tan grande.

Sin duda, el Mallorca fue el mejor equipo visitante que ha pisado Los Cármenes esta temporada, pero sus momentos buenos del partido llegaron de lo que creo que fue lo que mejor hicieron: sacar al Granada de su juego. Cortarle las alas, la pelota, descentrarle entre las 'veteranadas' de Salva Sevilla y la desconcertante actuación arbitral, que este año en Segunda está abandonada a un VAR que no está instalado. Fue por eso por lo que los visitantes dieron más miedo, y también por el desfallecimiento físico que le sucede siempre que los choques se acercan al final.

Me preocupa esa falta de fondo, pero es la pelota la que suple todas esas fallitas. Y aquí alguien de la dirección deportiva se ha coronado trayendo a Alejandro Pozo. Un golazo de un repertorio de quiebros e inteligencia sobre el campo tan amplios como un pozo de sabiduría por descubrir. No andaba por casualidad en la frontal para marcar el 1-0. Estaba situado en el sitio para clavarla, como ese Jonny Wilkinson frente a los palos jugándose el drop del Mundial de rugby 2003. Golpeos al alcance sólo de genios.

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