Análisis

Tacho Rufino

Profesional, a la par que santo

El buenismo y la positividad almibarada se empeñan en convencernos de que los buenos ganan en la vidaPicasso, Lennon o Kubrick fueron excelsos profesionales, pero no muy buenas personas

Si hay un territorio organizativo que atrae a los vendedores de crecepelo (y de conferencias y entrevistas, y términos y libros de fugaz vigencia), ése es el de los Recursos Humanos. Cerca le siguen su propia madre, la Organización de Empresas, y la hija más guapa y filosófica de ésta, la Estrategia. En estas disciplinas son incontables las naderías con terminología anglosajona que han encontrado su momento de gloria, sobre todo entre quienes viniendo de otros mundos profesionales (técnicos, informáticos, bomberos o gestores culturales; en menor medida, juristas, siameses de los economistas) ven la luz de la Gestión (sigan permitiendo, por una vez, tanta mayúscula), normalmente después de haberse dado una barniz de finanzas, mercadotecnia, contabilidad y, sobre todo, estrategia, en un costoso master. No pocos defenderán su gazpacho MBA como si fuera una poción mágica, e igual que a quienes se gastan una fortuna en el colegio de sus hijos bajo ningún concepto renegarán del mismo, nunca el converso en la fe executive dirá nada que no sea gloria sobre aquellas sesiones de posgrado con moqueta que le costaron, mínimo, veinte mil del ala. Es natural. Supe de un argentino, rutilante nuevo director general -hoy decimos CEO- que, al marcar su territorio con un Plan Estratégico, mencionó entre los valores fundamentales a promover en la compañía en la que aterrizó -y de la que despegó más o menos de emergencia- "el sentido del humor". De eso, del quedo, hablamos en seguida. O de buenismo coelhiano, de la positiviidad vital tan en boga. Cuyo almíbar, algunas veces, puede llamar a las lombrices.

Habrán tenido noticia de la apetitosa entrevista en La Vanguardia de Lluìs Amiguet al neurocientífico George Howard; bueno, entre lo muy apetitoso está el título, y líbreme Dios de practicar el consabido deporte de disparar el pianista, perdón, periodista: "No se puede ser un buen profesional sin ser una buena persona". Descartada una intención de reclamo u otra de, lo dicho, de practicar el flower power de moda aplicado a la empresa privada o pública, haremos un par de consideraciones, y ya ha quedado claro que estoy de plano en desacuerdo con tal afirmación; platónica como mínimo. Es otro ejemplo de una grave enfermedad a la que todo humano está expuesto: confundir la realidad con el deseo.

Una cosa es el "deber ser" y otra "el ser", quiero recordar que se diferenciaba en la Filosofía de Bachillerato. La cantidad de personas con éxito y reconocimiento que son unas malas personas no es pequeña. ¿Que es mejor ser estupendo, buen padre o madre e hijo y hasta suegra, muy limpio y honesto, gran contribuyente, amable vecino, compasivo y caritativo? Eso quién lo podría negar. Pero asociar competencia profesional con bonhomía es harto indealista: ojalá. Stanley Kubrick -mi director de cine más admirado- era un cabroncete de tomo y lomo con sus colaboradores. Lennon se jactaba de pegar a las mujeres, y como padre tuvo serias limitaciones. El extraordinariamente prolífico Pablo Picasso, un genio tenido por el mejor pintor de la historia, era un tirano de manual, y así lo cuentan algunos que lo conocieron bien, familiares incluidos. ¿Se les puede por eso negar la condición de profesionales excelentes, o más, inigualables, en su profesión? Yo diría que no. Podríamos mencionar a García Márquez, muy sospechoso de pedofilia: ¿no es un grandioso escritor, premio Nobel? En fin, que no es lo mismo ser buena persona que ser buen profesional..., por desgracia. Porque si al analizar las cosas lo mezclamos todo (bondad y capacidad ejecutiva o creadora), lo embarramos todo y nada claro veremos. Que quizá sea esto, marear, la clave del tararí que te vi del predicador de los Recursos Humanos: el blanqueo moral y la moda con buena venta.

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