Hoy la tierra y los cielos me sonríen, hoy se han visto, hoy se han visto y se han mirado... Hoy, como Bécquer, creemos en Dios. Hace unos días se vivía el reencuentro del año, del siglo y del milenio. Brad Pitt y Jennifer Aniston han vuelto a verse las caras y, después de aquella dramática ruptura, la humanidad no puede estar más contenta.

Era el reencuentro que todos anhelábamos y el que todos nos merecíamos. Si bien es cierto que ambas partes de la pareja favorita del celuloide habían rehecho sus vidas (no hay que olvidar que el rubio dejó a la eterna Rachel por Angelina Jolie), la humanidad no estaba preparada para dejar pasar esa relación sin más. Porque, cuando una pareja termina, las puertas sólo se cierran cuando tienen que cerrarse y nosotros la de ellos la teníamos entreabierta. Porque eran puro amor, porque todas éramos Jenny y porque nuestro Brad nos estaba esperando a la vuelta de la esquina. Y si ellos fracasaban, ¿qué nos quedaba al resto?

Ahora, años después y con varios kilos de helado de chocolate quitapenas en nuestros estómagos, volvemos a tener fe. Es probable que nunca vuelvan a ser pareja y que el deseo que todos pedimos al soplar las velas en nuestro cumpleaños no se haga realidad. Pero ellos son la prueba de que, al final, todo vuelve .a su sitio. Aunque duela al principio -a veces parece que te arrancaran el corazón de cuajo-, aunque el odio o la pena nos impidan recordar que algún día sentimos ese revolotear de mariposas en el estómago, aunque el despecho nos anime a desear lo indeseable, todo vuelve a la normalidad cuando la normalidad cree ser merecedora de hacer acto de presencia. Y no es que una persona vuelva a ti porque la dejes marchar (malditas frases pseudopositivas de Mr. Wonderful), es que la perspectiva que nos dan los años le concede a los amantes que ahora son completos desconocidos la suerte de poder volver a mirarse con cariño. Porque se lo merecen. Porque su historia se lo merece. Porque reconciliarse con recuerdos comunes nos hace poseedores de los mejores cimientos para crear nuevos recuerdos. Porque si Brad y Jennifer se sonríen sin rencores, ¿qué nos impide al resto de la humanidad cerrar puertas y abrir ventanas?

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