Análisis

Tacho Rufino

Recolectores de cerezas

La política económica está teñida de señuelos y de anécdotas, como está sucediendo en la negociación de los PGELo anecdótico tiene un auge brutal en las redes sociales y en los lectores perezosos

Para vivir, y convivir con la incertidumbre, y reducirla, necesitamos acotar la realidad. De ese universal humano nacen la religión y, en el otro extremo, la ciencia. En cualquier ciencia, la cantidad de variables -asuntos- que se utilizan deben ser limitadas. Esta necesidad analítica se denota en Economía con el latinazgo ceteris paribus: permaneciendo constantes el resto de factores. Obviándolos. Nadie puede entender la realidad en toda su complejidad, ponderando todas las causas, sus ingredientes y sus efectos. Sin embargo, la reducción en la interpretación de las cosas es falsable y barata si agarramos el rábano por las hojas, si cogemos atajos intelectuales y, como pasa por ello, damos por verdades conclusiones que son solamente cómodas. Clichés, ideas consabidas. Existe en inglés una expresión metafórica llamada cherry picking, recolecta de cerezas, la falacia de la evidencia incompleta, que consiste en fijarse en casos particulares o en datos que confirman una postura prejuiciosa -sin verdadero juicio-, ignorando todo aquello que no cuadra en lo que no satisface, lo que no se quiere ver. Se trata en este caso de reducir la incertidumbre por la cara, por las bravas, hallando confort en el confirmar lo que, en el fondo, queremos ver. Nadie dijo que fuera fácil, cierto, y de hecho hay teorías que pasan por verdades pero que estaban contrastadas -que no- de antemano. El negacionismo con el cambio climático ha tenido, por mencionar un ejemplo, cómplices científicos de primer orden en universidades subvencionadas por la industria petrolera. Qué decir de los antivacunas, en un orden de cosas más reciente.

Bajando la pelota a la cancha, la supremacía de lo anecdótico tiene un auge brutal en las redes sociales y en la prensa a la que los lectores perezosos -y normalmente encendidos en su verdad de plástico- acuden con la fe de reafirmar sus prejuicios. Es la zona de confort intelectual en la que habitamos con rabia y sin duda: es en realidad una zona de colchón que nos da paz para no pensar abiertamente, y en ella dormir a gustito. El titular categórico en un periódico, ajeno a veces a la objetividad; el columnista previsible, el crítico acrítico al que acudimos para calmar la incertidumbre y hacer pandilla; pandilla contra la otra pandilla. Por esta simplicidad que nada tiene que ver con el verdadero juicio propio estamos tentados por los vendedores de crecepelo. Por lo demás, los propagandistas nos lanzan Mcguffins, que era una divertida forma narrativa con la que Hitchcock despistaba, y encoñaba, al espectador con una nadería ajena a la trama. Carnaza.

En la actual negociación de los Presupuestos Generales del Estado -un grano en el trasero que los gobiernos deben cauterizar año tras año-, se dan ambas circunstancias, las dos fulleras. De un lado, la certeza de que la mayoría de la población no alcanzamos a entender la complejidad del magno estado de ingresos y gastos de un país tan grande como el nuestro. Y, por otro lado, e íntimamente pegado a lo anterior, que cosas banales y triviales nos mantienen encabritados: pitas, pitas, pitas. El estúpido bono cultural de 400 euros para los que -¡qué suerte, niño!- cumplen dieciocho años es un Mcguffin y un cherry picking. Despiste y anécdota. Mientras, en el sur, el presidente de la Junta dice -y no le duele la boca-que Andalucía puede esperar a recibir los dineros de infraestructuras que -eso sí- irán a Cataluña, por el rollo de los presos terroristas. Otegi no hace Mcguffins ni recoge las cerezas que no le gustan. Dice la puñetera verdad, la suya. Asquerosa. Y nos despista. Andalucía necesita inversiones, no dignidades catetas.

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