Análisis

Tacho Rufino

Recuperar la España rural

Los vaivenes sociales hacen del mundo rural un lugar de atractivo por una cotidianidad productiva y a la vez serenaHay luz al final de la despoblación: se trata de una esperanza nutritiva y saludable

La palabra bucólico tiene un origen etimológico griego: significa "quien cuida a los bueyes". Adoptada por la literatura, alude al estilo y el género que evocan e idealizan la vida campestre y pastoril, y, por extensión, la del vivir fuera de la ciudad. A partir de un momento histórico dado -que no es el mismo en los territorios y poblaciones que cogieron el aire a la Revolución Industrial pronto, tarde o nunca-, la vida en los pueblos sufrió en sus carnes y cultivos, en su vigor social y su empleo, el trasvase de la economía desde el sector primario al industrial e, inexorablemente, al de servicios. Este proceso de mutación radical de las relaciones de intercambio conllevó el desplazamiento del flujo de los dineros públicos y privados, que transitaron inexorablemente hacia las urbes, a las que las empresas y las personas afluyeron en masa desde las provincias, que quedaban en fuera de juego. De forma inexorable. El subdesarrollo andaluz tiene que ver mucho, o todo, con ese nuevo orden económico que, en España, se sustanció sobre todo en el siglo XIX, y ya sin vuelta atrás en el XX. Lo bucólico adquirió un alma muy lejana al que le dieron Virgilio y Garcilaso de la Vega, y el campo se empobreció y se convirtió en el damnificado del sino de los tiempos y sus estructuras económicas. Salvo excepciones dignas de otro análisis, menos oscuro. El de explotaciones medianas y profesionalizadas que, calladamente, nutren de labor y oficios a las sierras y los valles.

Reavivado por el evitable tiro en el pie que se dio Garzón -es ministro, no ecologista en acción- en sus declaraciones a The Guardian, resurge el debate público sobre la España vacía (vaciada es un adjetivo con mayor intención de denuncia sociológica). Más allá de esa nueva carnaza política para incendio de las redes sociales, la tecnología digital y ciertas actividades económicas de defensa o supervivencia -como el turismo rural, pero no sólo- aportan alguna luz y alguna argamasa para reducir la brecha sangrante de la despoblación y la desigualdad de derechos entre las personas en razón de dónde han nacido. La falta de inversiones en infraestructuras de transporte y de servicios de internet abunda en esta asimetría, a la postre injusta, pero que tiene una innegable base económica: en la concentración territorial subyace una lógica aplastante en lo tocante a la eficacia y la eficiencia del uso y producto de los factores productivos. Revertir esa tendencia es un empeño que bascula entre la justicia social y los votos, que todo lo mandan... y que son pocos en el entorno agro.

Las ventajas de la vida de pueblo son atractivas para muchas personas que aspiran a una mejor existencia cotidiana. Por ejemplo, y no es poco, la seguridad social, escrita en minúsculas: en los pueblos se está más seguro, aunque más sujeto al ojo de los paisanos, en un esquema de relaciones estables que cambia seguridad por privacidad o anonimato. El ambulatorio y el hospital cercanos son un orgullo del país en que vivimos: contemos nuestras bendiciones. La cooperación natural entre las personas, el intercambio sin moneda de bombonas, borregas, mosto, espárragos, bruños y tomates, o los apaños mutuos en las casas o finquitas. ¿Bucólico? Pues sí: contemos también las glorias consuetudinarias, no sólo los olvidos. La serenidad del ritmo del día a día, laeconomía circular, que está inventadísima de forma ancestral en las localidades pequeñas. Si el vaivén pendular de los rasgos sociales -o económicos, y ya cuento ocho palabras que contienen las letras econom en este texto- acabará por procurar una vida promisoria a los hijos de los pueblos, no lo sabemos. Pero a ello aspiramos, incluso los urbanitas renegados. No se trata de romanticismo, de lo bucólico. Se trata de la España rellenada, renacida. En la cual podemos confiar nuestro espíritu.

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