Si nadie de los que estamos había vivido una pandemia global hasta que apareció el coronavirus, aceptemos que sólo los muy mayores habían conocido la guerra a los ojos. Una guerra de esas que empiezan, que involucran a medio planeta, y que nadie sabe cómo va a terminar. Es lo que tenemos ahora en el cogote de las portadas y en las aperturas de los informativos. La audiencia huyó en el prime time del jueves de este atolladero que nos ha estallado en la cara: esquivó los especiales informativos en La 1 y La Sexta, pero de ésta no vamos a poder escapar tan fácilmente.

Las guerras estaban ya ahí, hemos tenido a nuestros soldados velando por sostener la convivencia en Yugoslavia, Iraq o Afganistán. Horrores a tiro de piedra como Siria, tan olvidada que no nos conmueve ni el recuerdo de que sigue presente. Pero esta invasión adquiere carácter tan feroz e imprevisible que se parece demasiado a la que comenzó en el verano del 39, en unas latitudes parecidas y que sacudió en contagio inhumano a todo el planeta. Y si se mira bien la Segunda Guerra Mundial comenzó realmente en el Estrecho de Gibraltar tres años antes.

Las guerras desde la primera del Golfo se retransmiten en directo pero esta invasión de Ucrania no es el acontecimiento que se presiente lejano, de ajustes e intereses tangentes. Este grosero abuso de una potencia a un país que considera en servidumbre es el mayor desafío a Occidente, a toda Europa, desde 1945. Hasta ahora ha sido una guerra librada de forma virtual en bots, hackers, propaganda (¿nos acordamos de toda la toxicidad añadida al independentismo catalán?) A partir del jueves, un pulso a nuestra forma de vida, nuestra estabilidad y nuestro futuro.

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