Análisis

rogelio rodríguez

Sensatez frente al espanto

La salud y la estabilidad del planeta están en juego; sobran las amenazas apocalípticas

El Gobierno de Pedro Sánchez, hoy en incierta cuarentena, afronta la responsabilidad más grave, más decisiva quizás, de cuantos gobiernos haya tenido España en varias décadas: dirigir un país en estado catatónico por la ciclópea expansión de un virus incontrolado que martiriza a una población mayoritariamente escéptica con la capacidad de sus dirigentes. Existen fundados motivos para la desconfianza, pero éste es el Gobierno legítimo que tenemos y no hay posibilidad de que exista otro, ni fuera de él se atisban superiores facultades, por lo que la única actitud que procede en este tiempo de espanto es el apoyo inteligente, solidario y sin ambages a los timoneles del poder ejecutivo, empezando por el resto de las fuerzas políticas.

El retroceso ético general, la descomposición de valores inalienables, el galopante descrédito de la clase política, tiene, o debe tener, un punto de inflexión en esta extraordinaria coyuntura. No es hora de rescatar agravios, aunque el propio Sánchez lo mereciera por su zafia actitud cuando, gobernando Rajoy, el ébola disparó las alarmas, ni de ejercer la oposición con reproches políticos argumentados sobre el drama de una enfermedad colosal, si no por sus devastadores efectos sobre la salud de las personas, que están por evaluar, sí en cuanto a su capacidad de contagio y demolición de nuestro ya enfermizo estado de bienestar.

Es muy posible que el Gobierno haya demorado con temeridad la aplicación, entre otras, de medidas como las que el presidente anunció el pasado jueves con frío tono burocrático, calificadas de paupérrimas por distintos sectores; que las turbias razones para permitir la celebración de la manifestación feminista del 8-M exhalan febriles connotaciones partidistas; que tal vez se debieron prohibir los vuelos procedentes de Italia tras conocerse el descomunal desarrollo de la epidemia en aquel país; que declarar el estado de sitio sea, en opinión de muchos, una necesidad imperiosa... Pero, aun así, resulta improcedente dilapidar razones y esfuerzos acusando de dejación de responsabilidades a las autoridades sanitarias. Porque tampoco es el caso. Los hechos conocidos no permiten enfangarse en descalificaciones que sólo sirven para emponzoñar con crispaciones políticas y sociales una situación ya calamitosa que afecta a todos por igual. Y tampoco es objetable la actitud ponderada, en exceso o no, del titular de Sanidad, Salvador Illa, reconocida incluso por las comunidades gobernadas por el PP, y, muy especialmente, la comparecencia diaria ante los medios informativos de un profesional sanitario tan cualificado como Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias desde 2012.

El Covid-19 es la primera epidemia global de estas características que se produce en la era de las redes sociales -el ébola o la gripe A no se transmitieron de forma tan generalizada- y es en las redes sociales donde circulan sin control otros bacilos con efectos muy destructivos sobre la información oficial y las recomendaciones científicas. La salud y estabilidad del planeta están en juego. Hoy más que nunca sobran las amenazas apocalípticas. Se puede desplomar el Íbex, pero no la sensatez.

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