Lo que nos hace invencibles no es la formación, las ganas o el talento. Nuestro verdadero fuerte está en que seremos siempre incorruptibles ante el dinero. No se alarmen, me explico. La crisis económica, que tanto golpeó a hordas de ninis que se quedaron en el limbo desesperante de la espera, sin poder avanzar al siguiente nivel ni tampoco retroceder para formarse de nuevo, han conformado una subespecie evolucionada de personas que viven a expensas de lo que pase, a la que podemos llamar los sinmiedo.

El caldo de cultivo de aquel oasis social, que empezó a gestarse en el año 2008, provocó que algunos valientes abandonaron sus hogares en busca de tierras prometidas o de sueños europeos, y la huida les hizo más fuertes, como a cualquiera. También a los que se quedaron: aprendices de todo y locos por formar parte de la rueda lo antes posible, acumularon conocimientos, destrezas, hábitos distintos, aptitudes, que salieron a borbotones años después cuando la situación se hubo desbloqueado y al fin les dieron una oportunidad.

Hechos de pasta inoxidable, de valores moldeables, de raíces menos fuertes, esa generación que andó perdida durante los años duros de la inflexión laboral, es ahora muy distinta a las anteriores. No teme a lo imprevisto, no supedita su vida a lo que pueda venir mañana, busca la felicidad a toda costa y no hay dinero que calme sus ansias de vivir acorde a sus deseos. Ama lo que hace, pero sabe que no lo hará siempre. Es de aquí y de allí. De ningún lado y de todos un poco, como canta Jorge Drexler en aquella canción. Con una mezcla expatria de la que nace del independentismo, personal y no político. Es de cada ciudad en la que ha vivido, de la que se ha quedado con un trozo, pero no los suficientes como para sentir correr su savia o experimentar ese sentimiento de pertenencia que le haga estar dentro.

Porque hoy es hoy y mañana Dios dirá. Sin miedo, sin planes, sin ni siquiera esperanza. Como un gran lienzo en blanco que se postula contra del arraigo. Ni color político, ni almas gemelas. Tempus fugit y que nos quiten lo bailao. Día a día, mes a mes. Año a año.

Esa generación, que es la mía, la de titiriteros ambulantes que viven deprisa, traspasan fronteras y hablan varios idiomas, ya no se casa con nada ni con nadie. Suman noches sin amor y responsabilidades en minúscula, acumulan ideas sin la necesidad de que vayan a alguna parte, hablan y deciden. A esa generación de descastados le da igual la rutina, la comodidad, las facilidades, la suma de los días, la aparición de imprevistos. Le da igual la cuenta o los ceros que haya en ella. Esta generación de jodidos locos, y esta es la verdad, es tan libre que es imposible seducirla con las falsedades que sustentan este nefasto sistema.

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