En ocasiones, una excesiva dosis de autoestima puede conducirnos a creer que somos dioses y que desde nuestro púlpito, con el mando de la playstation, podemos configurar y reconducir el mundo como nos venga en gana. En ocasiones también, hay quienes creen que, carnet de político de profesión en mano, estamos facultados para hacer, decir y condenar lo que sea, orillar la verdad a nuestro antojo, escenificar estrategias falsificadas… y finalmente, dibujarnos como los nuevos Superlópez. Y eso que aún falta para el estreno...

Aunque la semana deja poco lugar para bromas, y sí para que algunos como el presidente hayan adelantado el estreno de la peli. Y hasta le han cambiado el nombre: Supersánchez a partir de ahora. Bajo un Gobierno socialista que no cesa en su reiterado intento de erosionar nuestro estado de Derecho como parte de un pacto global con el que aferrarse a la poltrona, apoyado por quienes de raíz niegan este estado constitucional; con un otrora Pedro Sánchez, ahora Supersánchez, que orilla y coarta una y otra vez a jueces y Magistrados bajo populistas declaraciones ("el impuesto nunca más lo pagarán los españoles"); con un Pedro Sánchez que no pierde hilo para arrear estacazos a un Poder Judicial que se niega a acatar sus criterios en la gestión del nacionalismo catalán: con todos estos barros, a un servidor no le podía extrañar que el equipo de imagen de Moncloa, compuesto por sus más fieles allegados, acordaran adelantar el estreno de Superlópez y su adaptación nominal al primer apellido presidencial.

Contar la verdad, no crean que es fácil. Tiene sus cosas. Cortas patitas, como la mentira, ya que, cuando amenaza tormenta, rápidamente se esconde y la convertimos en mentira para amainar el trance. Por eso no es de recibo culpar del fondo de este asunto al Tribunal Supremo, cuando, como recordaba mi amiga Laura, a quien agradezco más de la mitad de este artículo, basta con repasar la historia para averiguar que la ley que regula el Impuesto de Actos Jurídicos Documentados, sí, la Ley que impone el pago del impuesto a los ciudadanos (prestatarios de la Hipoteca), se aprobó en 1.995. (¿Quién gobernaba ese año? Ah, sí, ya me acuerdo: el Partido Socialista). Y no sólo eso: en nuestra comunidad autónoma -beneficiaria de la recaudación obtenida con el impuesto-, el tipo que se aplica es el más alto previsto en la Ley: el 1,5%. El triple del que se aplica en las comunidades forales, y el doble que la Comunidad de Madrid (¿Quién gobierna en Andalucía? Ah, si: también, desde siempre, el gobierno socialista).

Hombre, después de más de veinte años en los que el ciudadano ha hecho de paganini, gobiernos socialistas incluidos, decir que Supersanchez lo hacía porque esperaba que, veinte años después, el Tribunal Supremo debería cambiar la interpretación y obligar a que los bancos fueren los que pagaran…. Bueno, a lo mejor alguno le cree. Aunque creo que muy pocos, la verdad. ¿Recordará Supersánchez que en su proyecto de presupuestos tampoco se proponía la eliminación? No quito un ápice de responsabilidad a la nefasta gestión del asunto que se ha hecho desde el poder Judicial y que debe servir de experiencia para aprender lo que nunca debió hacerse. Pero cesen las hostilidades por el fondo del asunto. Incluidas también las de asociaciones profesionales que a veces utilizan más criterios políticos que los estricta y necesariamente jurídicos.

La hipocresía y la desvergüenza no pueden anidar en quienes tienen la responsabilidad política de cuidar nuestro estado. Es un despropósito gobernar un país con criterios de mera oposición. Alguien afirmaba que el populismo sólo es exigible y predicable en las repúblicas bananeras, pero que en Europa ya hace tiempo que dejó de ser un criterio de actuación. Pues bien: últimamente nuestro país tiene mucho de bananero. Y es un peligro. Se pierde el respeto a las instituciones y a nuestra propia condición de ciudadanos que desean conocer simplemente la verdad.

Al fin y al cabo, está bien decirlo, todo termina siendo mentira. También Supersánchez, que no vuela. Ni volará. Por mucha capa que se ponga. Esperen a que convoque elecciones.

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