Algunos de los que le afean a Ronald Koeman su maleducado y prepotente desplante al compañero de Movistar que recogía sus impresiones del clásico son los mismos que silban y miran para otro lado después de haber acusado sin pruebas a Juan Cala y no hacer ni el intento de excusarse públicamente ante el racial defensa lebrijano. Cada cual se ofende y se hace el digno según le convenga.

Entre las normas básicas de nuestra convivencia están el respeto al trabajo del prójimo, lo que Koeman se saltó a la torera llevado por su ira ante lo que consideró un arbitraje perjudicial para el Barcelona. Mal ejemplo, pésimo, dio el holandés, quien preso de su indignación olvidó que el entrenador de una institución referencial como es el Fútbol Club Barcelona se debe atener a unas mínimas pautas de urbanidad cuando atiende a la prensa y, por tanto, envía un mensaje a cientos de miles de receptores.

Después de cómo se puso la noche en Valdebebas, desapacible hasta para el conde Drácula, el periodista de infantería Ricardo Sierra, un excelente profesional que lleva años haciendo las preguntas más pertinentes a los protagonistas a pie de campo, seguro que para sus adentros, con el frío húmedo hasta los tuétanos, se decía que maldita la hora en que eligió su hermosa profesión. Pero ni un atisbo de desgana reflejó cuando le llegó el turno de plantar la alcachofa.

El desaire a la holandesa, agravado por ser en parte provocado por una acción, el penalti de Mendy, muy abierto a interpretación, supuso un borrón más en las formas de un club obligado como pocos a ser honrado y, sobre todo, parecerlo.

Pero muchos de quienes se han lanzado como chacales al abofado cuello de Koeman están absolutamente deslegitimados para dar lecciones, repito, de urbanidad. Al menos, mientras no pidan perdón públicamente por el precipitado, populista y demagógico juicio sumarísimo a Juan Cala.