Análisis

Juan Pablo Luque Martín

Para después del cumple (dedicado a la constitución)

E STAFANDO al porvenir, imagino serán tres o cuatro las oportunidades que la vida me deparará de sentirme útil a una sociedad que quiero entregar a mis hijos con la misma integridad que la recibí. Y en ella espero que no haya ni un Podemos, ni un Vox, ni la dictadura de sólo vale lo mío… o que los haya porque lo permite una democracia en la que todos cabemos… pero, sobretodo, que haya respeto. Desearía que siempre hubiera respeto. El respeto que en el andar de nuestra vida, debió perderse. Respeto. Mientras llega, mientras nos reencontramos, una España que no avanza, que gira una y otra vez sobre sí misma, que se retuerce… y siempre vuelve atrás. Mucho me temo que vuelve hacia atrás.

De aquello, estas líneas. Sentirme útil. Hoy lo siento entre imágenes borrosas. Recuerdo mi infancia, lo que viví y sentí, lo que me hizo querer y cuidar mi país, lo que a duras penas aún poseo; los derechos y libertades de una Carta que leíamos con ternura y cuidado para que nadie se molestara. El día que, bajo miedos y vacilaciones, alguien propuso que, con goma y grandes dosis de delicadeza, borráramos la línea que separaba dos Españas. Mi madre, mandándome a comprar pan, patatas, aceite y leche a la tienda de Molina de debajo de mi casa, para no escuchar lo que mi padre le decía sobre un nuevo rey y una incipiente democracia de la que aún desconfiaban… no fuera a pillarles sin comida para sus siete hijos...

¿Saben? En mi casa imperó el respeto al tiempo y la palabra. Cuando Adolfo Suárez hablaba, todos callaban. El más profundo de los silencios en el cuarto de estar. Unos, con deberes, bajábamos la cabeza y apenas escuchábamos hablar de libertad, de igualdad, de democracia. Los mayores, sí se atrevían a ver en la tele lo que decían quienes apostaron por este país. Cuestión de edades. Mi padre no quitaba ojo desde el sillón. Mi madre, siempre de pie, apoyaba manos y barbilla en el cepillo de barrer para escuchar al Presidente. Ni un comentario. Pronto para hablar. Aún más para opinar. Miedo. Puede ser. Sí, miedo a una involución. Demasiado pronto en aquellos años. En ocasiones, mis padres transmitían sus miedos a mis hermanos mayores: No os paréis con nadie por la calle, de la facultad a la casa, no se llaman grises, se llaman policías… Los tiempos del no nos moverán, de la libertad sin ira, del habla pueblo… también de las camisas Ike, del Calmante vitaminado, del brandy Fundador…. Entre miedo y esperanza, futuro y resignación… entre el progreso y el sobre que nunca llegaba a fin de mes…

Nació. Entre miedos. En un Simca 1000 la transportaron. Hablaba de muchas cosas. De un país, de una nación, de un encuentro de culturas, de una paz sin adulterar, de un horizonte no muy lejano donde todos, sí, donde todos creeríamos en nosotros, en nuestra capacidad para construir y crear país; cuando Serrat hacía suyo el Sur, y recordaba que también existe, cuando Paco Ibañez llevaba España al Olimpia, cuando Aute nos hacía levantarnos porque tras la noche, llegaría el alba; cuando todos nos sentíamos un poco catalanes, andaluces, gallegos, vascos, aragoneses, extremeños, y nunca dejamos por ello de considerarnos españoles…

De eso hablaba. Y de mucho más. De derechos. De libertades. De igualdad. De autonomías. De respeto. De protección Social. De garantías. De legalidad. De poderes autónomos e independientes. De un tribunal que garantizaba respeto y futuro. Y lograron alcanzar un acuerdo: derechas, centro, izquierda, extremos… todos. Todos. Y por eso nunca fue de nadie. Miento. Fue nuestra. De nuestros abuelos. De nuestros padres. De nuestros hijos. De cuantos quisieron echar la persiana y tapiar lo que años atrás fue nuestra vergüenza; para que nunca vuelva lo que nunca debió pasar.

Fue de todos. Y como en Navidad, entre todos le pusieron por nombre -le pusimos, aunque no tuviera edad para votar-, Constitución Española. Y por mucho que se empeñen, he decidido regalársela a mis nietos. Ellos no estuvieron, pero hoy es un buen día para explicarles lo agradecidos que debemos estar. A cuantos hicieron el esfuerzo por construir lo que hasta ahora somos y no queremos dejar de serlo. Pues eso, para mis nietos. No los tengo aún. Para cuando los tenga. Mi compromiso. ¿Me acompañan a ese futuro?

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