Análisis

rogelio rodríguez

A expensas de una política grotesca y disolvente

Los líderes políticos exhiben contradicciones, deformidades ideológicas y desmedida ambición

Alguien debería informar al enrevesado guionista y director de cine británico Christopher Nolan, nominado al Oscar por obras tan complejas como Memento -una barahúnda psicológica de la que me costó entender hasta los créditos-, del mar de confusiones que inunda la vida política española. El controvertido Nolan comprobaría que sus guiones son de cuento infantil comparados con la trama que, a izquierda y derecha, desarrollan nuestros principales actores de la cosa pública, con el pavoroso agravante de que esta escena -tan real como el desventurado Brexit de su país- zarandea el porvenir de una nación que hasta no hace mucho se conducía, a trancas y barrancas, por estimulantes senderos.

En altas instituciones impera lo grotesco, caso del grave choque entre el Senado y el Gobierno, ocurrido el pasado jueves, por la incomparecencia del jefe del Ejecutivo, que ampliaba currículum en Davos, y la negativa socialista a fijar otra fecha para que explique a la Cámara Alta el contenido de la reunión que mantuvo con Quim Torra el pasado 21 de diciembre. El Gobierno rechazó acudir a la Junta de Portavoces y Pedro Sánchez evita comparecer, hecho insólito y reprobable por cuanto significa de burla al mandato constitucional. El presidente del Senado, Pío García Escudero, pudo y debió desconvocar un pleno derivado en pantomima y vergonzantes altercados, pero el PP quiso aprovechar la ocasión para engordar titulares que también lo califican.

Con alguna excepción en cuarentena, las formaciones políticas de implantación nacional están cada día más desarticuladas, encabezadas por líderes atragantados de contradicciones, deformidades ideológicas y desmedida ambición. Situación propicia para que los nacionalismos vampiricen la garganta del apopléjico poder central. La izquierda respetable pasó a ser pensionista y la nueva ha hecho de su credo un sayo turbulento. Se desguaza Podemos. Su amalgama de componentes no sólo no ha cristalizado, sino que algunos se repelen. Varios de sus cabecillas regionales ofrecen discursos disolventes e Iñigo Errejón, el más transversal, ha abierto ventanilla aparte junto a Manuela Carmena. A Pablo Iglesias, el único gran jefe superviviente de los cinco que fundaron el partido, se le derrite el helado en pleno invierno. Corre el peligro de que hasta Pedro Sánchez le retire el saludo.

El Gobierno sigue a lo suyo, aunque enflaquezcan sus apoyos, se le agote el tiempo y a los barones socialistas la paciencia. La dirección de Ferraz ya no logra disipar los nubarrones que se ciernen sobre las elecciones de mayo. El declive de Podemos obligaría al PSOE a tender puentes hacia el centro, pero el centro, que simboliza Ciudadanos, ha desvelado piel de camaleón y cierto ánimo ventajista. La fragmentada derecha, entre la que asoma la brutalidad ultraconservadora, consolida su amenaza. Dependerá del PP, sumido en la falsa gloria de su golpe de suerte en Andalucía y con un líder, Pablo Casado, que quiere recuperar las esencias del aznarismo y a los votantes que le quitó Vox. Casado no se ha parado a pensar. O sí, lo que sería aún peor.

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