Superioridad moral. Izquierda, derecha, centro, arriba, abajo, delante y detrás. Toda tendencia ideológica cree que sus principios son los únicos y verdaderos y, por ende, todo aquel que no comulgue con su doctrina es una pobre criatura a la que tenerle lástima. Lo veo en los bares, que no en los debates electorales, en los que cada candidato resulta ser un Paco Umbral venido a menos al que sólo le importa su libro, aunque no sepa ni lo que dicen sus páginas.

Lo veo en los bares, en las paellas de los domingos y hasta en la cola del baño en las discotecas. Dime hacia dónde tiende tu ideología y ya me encargaré de ser condescendiente contigo y con los tuyos. No hay lugar al diálogo, al razonamiento o a la escucha. El de izquierdas y el de derechas (¿realmente son conceptos tan obsoletos?) se enzarzarán en una conversación en la que ya ni tratarán de convencer al otro. Esa batalla ya se sabe perdida. Quizás la culpa la tengan los debates televisivos (no los electorales, más bien esos que nos venden como serios pero que copian hasta el decorado de los debates de prensa del corazón). Del y tú más de los políticos hemos pasado al pues yo mejor y ya no nos nutrimos de lo que el otro pueda aportarnos, ni reflexionamos sobre el por qué de sus planteamientos, ni siquiera nos estrujamos los sesos a la hora de dar con un argumento que deje fuera de juego a nuestro adversario. La vehemencia la dejamos para el fútbol y resulta que hoy es día de derbi. Al menos en mi ciudad, donde las aficiones del Betis y del Sevilla viven en permanente lucha pero saben respetarse y hasta se felicitan los logros (aunque sea con la boca chica).

No se puede comulgar con todo, al igual que no se puede sentir alegría ante la victoria del rival. Pero se puede tolerar, transigir y respetar la pluralidad para, desde esa tolerancia y respeto, hacer valer los propios principios. Sin condescendencia, sin pena, sin esa superioridad moral que a veces nos hace mirar por encima del hombro a ese vecino que sabemos no piensa igual que nosotros. Porque de esa superioridad moral, estos grupúsculos cada vez más distanciados y retroalimentados; más distantes los unos de los otros y menos capaces de disfrutar y aprender del diálogo. A lo mejor si hablamos, las mentes de algunos se abren y avanzamos hacia el progreso.

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