Menos horas de trabajo, más inflación

18 de noviembre 2025 - 03:07

En los últimos meses, se ha intensificado el debate sobre la reducción de la jornada laboral en España. La propuesta resulta tentadora: trabajar menos horas, mantener el salario y disponer de más tiempo libre. Sin embargo, detrás de esta idea tan atractiva existe un mecanismo económico que conviene explicar con claridad, porque sus consecuencias pueden terminar afectando, y mucho, al bolsillo de todos los ciudadanos.

La productividad es la clave silenciosa que sostiene el equilibrio de una empresa. En términos sencillos, es la relación entre lo que se produce y el tiempo que se emplea para producirlo. Si reducimos las horas efectivas de trabajo, pero no aumentamos la eficiencia, el resultado es evidente: se produce menos. Y cuando una empresa produce menos, obtiene menos ingresos, aunque tenga que asumir exactamente los mismos costes salariales.

¿Qué ocurre entonces? Que la empresa, para poder seguir funcionando, no tiene más remedio que trasladar ese aumento del coste unitario al precio final. Es decir, sube los precios de los bienes y servicios que ofrece. Esto afecta directamente a lo que todos compramos cada día: alimentos, reparaciones, restauración, servicios personales, ocio o cualquier producto cotidiano. La pérdida de productividad se convierte así en un coste escondido que recae, inevitablemente, en el consumidor.

Cuando los precios suben sin que aumente la cantidad de bienes producidos, el efecto económico es claro: inflación. Una inflación que reduce el poder adquisitivo de las familias y dificulta el día a día especialmente a los hogares de renta media y baja, que destinan una mayor parte de sus ingresos a gastos esenciales. En definitiva, lo que empieza siendo una medida teóricamente favorable al trabajador termina, paradójicamente, erosionando el valor real de su sueldo.

Esto no significa que la conciliación laboral y el bienestar no sean importantes. Al contrario: son objetivos deseables y necesarios en una sociedad moderna. Pero reducir horas no puede ser la única estrategia. Para que un recorte de jornada funcione sin efectos adversos, es imprescindible acompañarlo de mejoras reales de productividad: inversión en tecnología, digitalización, formación, revisión de procesos, reducción de tiempos muertos y eliminación de burocracias internas.

Sin esos avances, la reducción horaria no es más que una ilusión de progreso. La economía no hace magia: si se produce menos y se pagan los mismos salarios, alguien tiene que asumir la diferencia. Y, como ocurre casi siempre, ese alguien acaba siendo el consumidor final.

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