Viendo la trituradora en que se ha convertido la Segunda División para los entrenadores, suena a bendición que el Granada lo tenga tan claro con Diego Martínez. No sólo está siendo un buen adiestrador con sus jugadores, sino que se ha convertido en todo un líder para la afición, huérfana de referentes y personas de confianza a las que aferrarse ante la más que aparente desidia que se muestra desde los despachos (y más ahora con esa prudencia impuesta por el caso de los micros y las cámaras ocultas descubiertas en el estadio y la Ciudad Deportiva).

Diego está haciendo que el Granada me guste, y que me haga salirme de ese camino grabado a fuego que tengo de los 50 puntos para tener visado hacia un sueño. Contra Las Palmas sucedió algo así. Me gustó mucho el equipo porque lo que transmitía era que, de querer, podía llevarse el partido cuando y como hubiera querido. Tuvo que pasar ese mal rato de aguantar que el rival, que también juega, apretara y se pusiera por delante en el marcador. Pero a todos nos dio la impresión de que, a poco que pasara, el resultado no iba a quedar así. Y no quedó por el gol de Rodri, que pudo ser mejor si antes Puertas hubiera encontrado arco.

Da la impresión de que este Granada está para cosas importantes, pero siempre y cuando en el club haya convencimiento. Me resisto a separar la suerte de unos y otros cuando está íntimamente ligada. Tiene mucho que ver el mensaje que no sólo transmite el entrenador, sino la directiva. El ejemplo más evidente es del año pasado, cuando el cese de Oltra vino acompañado de un entrenador procedente del filial que no sólo no sirvió de acicate para la plantilla, sino que terminó de hundir las opciones de ascenso. Y ese compromiso se le demostrará, al plantel y al técnico, dando las respuestas necesarias para que este equipo aspire más que a la permanencia.

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