En su librito sobre los milagros, Yujin Nagasawe, filósofo de las religiones en la Universidad de Birmingham, los define como hechos que maravillan, rompen con las leyes de la naturaleza, y ocurren por voluntad sagrada o de quien actúa en su nombre. Mucha gente cree en milagros; he hecho una pequeña encuesta y me sale un 45%, aunque encuestas serias dan porcentajes mayores. De manera ligera hablamos de milagros en el deporte, la ciencia, y la vida que, aunque cumplen la condición de maravillarnos, no rompen leyes naturales. Los niños asignan propósitos a la naturaleza, y dan poderes y cualidades extraordinarias a sus padres, por lo que desde la infancia nos inclinamos a creer en hechos prodigiosos o milagros.

El principal milagro económico es la multiplicación que permitió con sólo siete panes y unos pocos peces dar de comer a una multitud; también la fe que produjo una pesca extraordinaria, y el maná que alimentó al pueblo judío en su travesía por el desierto; todas las religiones tienen sus milagros relacionados con la comida. No tienen nada que ver con los llamados milagros económicos de Alemania, Japón, China y otros países del sudeste asiático, e incluso el milagro español, cuando nuestro país se abrió a la economía internacional en los años sesenta, pues aunque en las monedas ponía que el jefe del Estado lo era por la gracia de Dios, nadie lo interpretaba literalmente. En estos casos no se violan leyes naturales ni hay intervención sobrenatural, pero maravilla que se hayan podido dar cambios tan sorprendentes y espectaculares en una economía.

Al final de su libro, Nagasawe, después de repasar coincidencias extraordinarias, personas que se libran de una desgracia por casualidades improbables, clarividencias, o curaciones imposibles, ve razonable que se consideren milagrosos hechos inexplicables. Sin embargo, prefiere hacernos ver los milagros más próximos, como los del altruismo, difíciles de explicar porque van contra el propio interés y la propia naturaleza. La escala puede ir desde actos heroicos de arriesgar la vida, a cotidianos, como en la parábola de la mujer pobre que da lo poco que tiene, frente al rico que da lo que le sobra; o quién comparte el escaso tiempo propio en el voluntariado.

Ceder forma parte de estos gestos de altruismos y, pensando en la economía española, no es difícil ya que el margen de maniobra es muy estrecho: la protección a las empresas y el empleo, la reciprocidad futura de éstas por la ayuda que se les presta, condiciones laborales razonables, endeudamiento público necesario, una fiscalidad más justa, pero no menor, fortalecimiento del sistema de salud, y otras cuestiones en las que sólo hace falta tener voluntad para coincidir. La Confederación de Empresarios de Andalucía lo ha sintetizado en cinco conceptos: agilidad de respuestas, dar tiempo para recuperarse, liquidez financiera, flexibilidad en la aplicación de las medidas e impulso público. Acuerdos políticos para la reconstrucción de la economía y la convivencia en España -frente a los que aprovechan la desgracia para manifestar su sinrazón- no serían algo sobrenatural, que viole las leyes de la naturaleza y requiera una voluntad divina, pero podría considerarse un milagro por lo maravilloso y sorprendente.

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