El príncipe Enrique de Inglaterra acaba de cumplir 36 años, la edad que tenía su madre, Lady Di, cuando murió en aquel fatídico accidente de coche que marcó un antes y un después en la monarquía británica. La prematura pérdida de su madre -Enrique sólo tenía 12 años- es evidente que dejó una profunda huella en su hijo pequeño, hasta tal punto que su cruzada contra la prensa sensacionalista continúa a día de hoy.

Junto a la ex actriz Meghan Markle ha formado una familia, y también un tándem solidario y transgresor que nada tiene que ver con el camino que lleva la vida de su hermano Guillermo, centrado en su formación como futuro rey. Enrique y Guillermo cada día están más lejos, y no me refiero físicamente. Sus esposas no pueden ser más diferentes -cuando las cuñadas no se llevan bien, mala cosa para cualquier familia- y cada uno, es evidente, afrontó el fallecimiento de su progenitora, la omnipresente Diana de Gales, de distinta forma, al igual que afrontan su futuro.

Dicen que Enrique -o Harry- era el nieto preferido de Isabel II, hasta que a principios de año decidió dar un paso atrás en sus obligaciones reales y renunciar a las comodidades de Buckigham por una mayor libertad. La relación entre abuela y nieto ha quedado muy tocada, y ya nada será igual entre ambos. La soberana inglesa siempre perdonó a Harry sus líos, y fueron muchos y sonados. Pero dejar a la corona plantada, no se lo esperaba, ni ella ni el resto de miembros de la familia real británica.

Desde el principio, Isabel II intentó que tanto él como Meghan se sintieran lo más a gusto posible dentro de la familia real, por ello, su decepción fue aún mayor si cabe tras conocer la marcha de los duques de Sussex, primero a Canadá y ahora a California, donde han fijado finalmente su residencia.

Tampoco le tiene que hacer gracia alguna a la monarca que la pareja Sussex haya decidido fichar por Netflix y dedicarse a realizar proyectos, ya sean solidarios o no, en televisión. Puede pensarse que Markle, como ex intérprete que es, podría haber influido en este paso, pero el hijo menor del príncipe de Gales nunca encontró su sitio en el Palacio de Buckigham, y su matrimonio se convirtió en la perfecta vía de escape.

Los duques de Sussex tenían perfectamente pensados cuáles eran los pasos a dar, nada ha sido improvisado. De ahí que a Isabel II, quien sacó su faceta maternal con Enrique al fallecer su madre, le haya sentado como un jarro de agua fría. Aunque bien tendría antes que pensar la reina qué hacer con su propio hijo, el príncipe Andrés, la verdadera oveja negra de la familia Windsor.

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