En mi casa no se enciende el televisor. Llevo años queriendo engancharme a una de esas cosas de las que la gente habla todas las mañanas en la oficina. Que si Amaya, que si Alfred, que si Adara, que si Mila. Pero en mis intentonas fracasadas de darle a alguna tecla del mando (que por inercia siempre es Telecinco) para que me cuente lo que sea que está pasando ahí fuera, siempre me puede más la radiografía de los perfiles sociales de mis conocidos. Un meme gracioso que me haga sonreír, una storie que me descubra un nuevo sitio al que ir a comer, una felicitación especial por el cambio de década. Lo cual es muy indigno teniéndo en cuenta que la mayoría de compañeros con los que comparto este espacio son entendidos y fans declarados de un medio tan fascinante.

A veces, cuando la charla social está muy avanzada, me obligo. Quiero decir mi opinión, necesito saber con qué aclamado personaje voy. Si con la enamorada o con el abnegado cornudo. Necesito sentirme identificada con el cruce de acusaciones a las que acudo durante los cinco minutos de asueto entre los tecleos veloces, para poder decir con fuerza de qué lado estoy yo. Así que enciendo la tele, y al día siguiente tengo mi discurso preparado, mascado, rumiado, pensado, estructurado. Listo para escupir en cualquier momento en el que se me pregunte por ello. Todo para que mis receptores se queden con la idea de que no, no soy un bicho raro, que estoy en el mundo, que me divierto, que entiendo de lo que hablan, pero, entonces… Ya no hablan de ese personaje, de ese concurso, de esa ficción, ahora sacan a la palestra otros nombres, otros concursos, otras ficciones y yo pienso: "Y ahora, ¿quiénes son esos?" Y con la misma inquietud que me movió a saber de lo primero, tecleo en Google y digo: "Ah, vale, me suenan".

Y vuelvo a entrar

en la rueda de la actualidad televisiva con la misma prontitud. Queriendo saber más para no sentirme menos.Lo mismo podría decir de las series. Acabar una para empezar otra sabiendo que nunca llegarás a tiempo para formarte una crítica digna que exponer ante tu público. También documentales, que no crean que esto cesa cuando te mueves en las esferas de la pseudointelectualidad periodística.

Así que en medio de este caos de estímulos culturales voy a tragaldabas, intentando engancharme a la desesperada al último vagón. Pero, ¿saben qué? Me gusta mi casa en silencio, me gusta hablar con mi compañera de piso de cosas sin importancia, de detalles de su vida, para luego darle consejos. Me gusta, cuando puedo, desayunar en uno de los barecitos de mi barrio, que siempre están llenos de jubilados que no saben quien es esa Adara, ni Alfred, ni Amaya y me gusta que el tiempo solo pase sin exigencias.

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