Res Pública

José Antonio Montilla

montilla@ugr.es

Abolir la prostitución

De la misma forma que no hay libertad sin igualdad, tampoco hay libertad sin dignidad de la persona

Recuerdo bien el día que entré en un puticlub. Tendría quince o dieciséis años. Había ido a ver un partido de fútbol con gente del pueblo. A la vuelta, sin anuncio previo, el coche se detuvo en uno de esos locales con luces de colores. Cuando me percaté del lugar al que íbamos miré a mi amigo, el único también menor, y sonreímos como dos adolescentes testosterónicos, que es lo que éramos. Entré al local mirando para todos lados, con los ojos muy abiertos. Nos apostamos todos en la barra y pedimos unos cubalibres. Pronto se acercaron dos mujeres y empezaron los comentarios soeces. Lo que inicialmente había sido curiosidad se fue tornando en repulsión. Miraba alrededor y me repugnaba lo que veía: mujeres de ojos tristes y churretes de colorete que eran traídas y llevadas como pura mercancía. Sentí un gran alivio cuando apuramos los vasos y salimos de aquel sitio.

Siempre que se debate sobre la prostitución me viene a la memoria aquella imagen de adolescencia. Desde entonces sostengo sin ambages la erradicación de la explotación sexual de las mujeres que se ejerce en los 1600 prostíbulos que hay en España. Los defensores de regular la prostitución apelan a la libertad, esa palabra tan bonita como manoseada. La realidad lo desmiente pues la inmensa mayoría de esas personas no son libres sino que han llegado a ese mundo desde la pobreza y están en una red de trata de seres humanos. Por ello, cuando el ordenamiento jurídico lucha contra esa situación no se vulnera la libertad. De la misma forma que no hay libertad sin igualdad, tampoco hay libertad sin dignidad de la persona. Pocos se atreverían a defender un derecho a ser esclavizado en ejercicio de la libertad. Pues tampoco debe existir un derecho a vender, comprar o alquilar el propio cuerpo para prostituirse, o para utilizarlo como vientre de alquiler. Cada cual puede mantener relaciones sexuales con quien quiera pero cuando esa relación se lleva al tráfico mercantil se está vulnerando la dignidad de la persona, a través de la cual una sociedad civilizada protege a personas indefensas y vulnerables.

No es fácil abolir la prostitución, ni es una tarea que se pueda abordar con ligereza. Hay que sacar de la marginación a miles de mujeres, y a algunos hombres. Servirá para ello la experiencia de otros países, sus errores y las prácticas que han tenido más éxito. Pero el objetivo debe ser innegociable. En un Estado constitucional que establece como fundamento del orden político y la paz social la dignidad de la persona no se puede aceptar que el cuerpo sea una mercancía.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios