El lanzador de cuchillos

Abrazos, califas y demás

España es ese país que siempre encuentra una excusa para elevar a los altares a un comunista

El ABRAZO. Ha muerto Genovés, el pintor comunista que pintó un cuadro comunista, convertido en símbolo de la reconciliación de los españoles merced al discurso voluntarista e ingenuo de una derecha siempre acomplejada. El abrazo se llamaba en realidad Amnistía y fue, inicialmente, una octavilla clandestina del pecé. Miro y remiro y sólo veo un reencuentro entre camaradas: Genovés no retrató el fin de la confrontación, sino la postrera victoria moral de los perdedores de la guerra.

SAN ISIDRO. A San Isidro, patrón de Madrid, la iconografía popular lo muestra, a menudo, portando un arado tirado por cabestros. Otras veces, acompañado de su esposa, Santa María de la Cabeza. Le pido al santo labrador un milagro para el voxerío madrileño: "Menos cabestros y más cabeza".

LA VIEJA NORMALIDAD. Este fin de semana ha vuelto al País Vasco la kale borroka. No ha habido palos de golf, eso es verdad, pero sí cócteles molotov, pintadas amenazantes y cajeros chamuscados. Otegui y sus compinches han callado como solían. Cuando Rafa Nadal expresó su deseo de volver cuanto antes a la vieja normalidad seguro que no era en esto en lo que pensaba.

KANDIDITO. Era un viernes de septiembre. Ramón Baglietto estaba delante de su tienda en Azcoitia y vio cómo una mujer cruzaba la calle con sus dos hijos pequeños. De repente, al mayor se le escapó la pelota y se soltó de la mano de la madre para correr tras ella, justo cuando pasaba un camión. La madre intentó agarrar al chiquillo, pero tropezó y cayó bajo las ruedas. Los dos murieron en el acto. Ramón, segundos antes del atropello, había arrancado de los brazos de la mujer a su hijo pequeño, Kandidito, salvándole la vida. Aquel niño creció, se radicalizó y entró en ETA. El 12 de mayo de 1980, el comando al que pertenecía ametralló el coche de Ramón Baglietto. Kandidito se encargó de rematarlo. Se han cumplido 40 años de aquel crimen terrible. El cine español tiene ahí una historia espeluznante sobre la crueldad y el fanatismo.

EL CALIFA ROJO. Que no cuenten conmigo para la hagiografía laica de Julio Anguita. El califa rojo era un lobo disfrazado de cordero, con un discurso melifluo y profesoral, pero de fondo radical. Impugnó la Transición, disculpó -cuando no defendió abiertamente- las dictaduras de izquierdas y ha sido, en el último lustro, la gran apoyatura del inquietante Pablo Iglesias. Un político que soñaba con la revolución -incompatible con la democracia- y que siempre gozó de buena prensa porque España es ese país que siempre encuentra una excusa para votar al PSOE (Cristian Campos) y para elevar a los altares -con perdón- a un comunista.

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