la tribuna

Carmen Carretero Espinosa / De Los Monteros

¿Acción positiva? ¡Sí, gracias!

TENGO que reconocer que soy una de esas mujeres que cuando leen un artículo sobre nuestro papel en la sociedad, o sobre la tan famosa discriminación positiva, o sobre el pretendido hecho diferencial en el carácter de la mujer respecto del hombre, inmediatamente siente que se le ponen los pelos de punta. ¡Cuánta inútil literatura, y cuánta desinformación esconden a veces estas opiniones!

Me niego a admitir que, más allá del hecho físico del sexo -con todo lo que ello implica, que no es poco-, manifestemos diferencias sustanciales respecto a los varones. Sin embargo, ahí está toda esa pretendida construcción dogmática sobre nuestra distinta visión del mundo, que se utiliza no sólo para explicar nuestra participación en el poder político, sino incluso para argumentar una diferente sensibilidad en el mundo de las artes y de las letras.

Pero, de la misma forma en que me sublevan tales paternalismos, siento como una auténtica injusticia, y sobre todo como una falta de solidaridad, aquellos comportamientos o aquellas interpretaciones que negando la realidad que nos circunda consideran erróneos planteamientos que tiendan a modificarla. Y con ello no sólo me estoy refiriendo a cerrar los ojos ante el papel que se le otorga a la mujer en el mundo, misérrimo y vergonzante en la mayoría de los casos en cuanto somos consideradas una especie de bienes semovientes carentes de cualquier derecho (esclavitud, ablaciones, burkas...), sino incluso el que ostentamos en el llamado mundo civilizado.

Y es que nacer en la "parte buena del mundo", como diría la canción, no es garantía de indemnidad en el goce de los derechos esenciales, y menos en el de los derechos sociales. Me remito a las estadísticas sobre violencia de género en países tan civilizados y admirados por sus logros sociales como son los países nórdicos.

Por eso me parece una simplificación, y por lo tanto una desinformación, el conocido tantra de que no son necesarias las medidas de acción positiva, desde el momento en que en sectores tan competitivos como el deporte, o en ámbitos de alta preparación intelectual como en el acceso a la Universidad o a los más altos cuerpos de funcionarios de las Administraciones, sin dicha acción positiva, las mujeres superamos a los hombres, ya sea en medalleros olímpicos o en calificaciones. ¡Ésta es la trampa!

¡Pues claro que ahí no necesitamos medidas de acción positiva!, pero ello es por la sencilla razón de que son ámbitos de igualdad de oportunidades para las mujeres, en tanto en cuanto las reglas de juego no están trucadas por planteamientos machistas, imperando las leyes del mérito y la capacidad.

Pero, claro, es que el problema no está ahí. El problema está en aquellos espacios vitales, o laborales, en los que la sociedad impone planteamientos contrarios al libre desenvolvimiento de las capacidades intelectuales, o incluye cortapisas tan importantes para el desarrollo de la maternidad que no es que discrimine, es que sencillamente olvida una de las señas de identidad de las mujeres: su potencial para ser madre, que viene a considerar un asunto meramente privado, sin trascendencia social. Y esto no es que me lo invente yo para justificar este espacio de opinión. Remito a los lectores a la propia pagina web de prensa de Moncloa, en la que pueden consultar las declaraciones de la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Ana Mato, en las que reconoce que las trabajadoras españolas ganan en torno a un 22% menos que sus compañeros varones.

Por ello no es aceptable que por algunos sectores se confunda a la ciudadanía argumentando que las medidas de acción positiva no son necesarias, poniendo como ejemplo sectores limpios que permiten el pleno y libre desenvolvimiento del capital femenino. O que se critique la ley para la igualdad de 2007, sobre la base de esta falacia; ley que por cierto, podrá ser criticable por ser meramente programática, pero no desde luego porque dañe a las mujeres.

Y es que el "lado oscuro" de la realidad, también existe. Ignorarlo desde posiciones acomodadas no es aceptable. Por ello debe continuar la lucha. Y ya no sólo en un sentido solidario con aquellas mujeres que no gozan del derecho a la igualdad en forma plena en sus relaciones sociales, sino también respecto de aquellas otras u otros que con miopía utilizan argumentos que pueden dañar aun más la posición de estas ciudadanas.

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