A bote pronto

Juan Alfredo Bellón

Ahpernáhtate

EN mis momentos de ingenuidad, que deben ser muchísimos, siempre dudo sobre si la expresión merienda de negros significa que ellos nos meriendan o que nosotros nos los jamamos como si fueran pan comido. Así de propicio y de propiciatorio me siento cuando, en el devenir cotidiano, veo desfilar por la linterna mágica de Internet los nuevos fantasmas del deseo informativo o, lo que es lo mismo, los cuerpos ciertos de la tozuda realidad.

Y me entran ataques de indignación al ver lo fácilmente que, en Alhendín, una constructora tan granadina como FRAI se sacude casi gratis la responsabilidad de haber intentado "colársela doblada" a los militares de la base aérea de Armilla, pasándose de altura en nueve bloques, e introduciéndosela sin doblar a la buena gente que allí compró vivienda. Y me salen pupas de calentura de oír (¡aún hoy!) las cuñas publicitarias de los profetas del teleférico Guinness a Sierra Nevada, tan altruistas y desprendidos, cuya paciencia involucionaria les hace sonreír con displicencia cuando se veta su iniciativa, en espera de tiempos más propicios. Y derramo lágrimas negras de ver la devoción cofrade de Campeón Arenas en Almería; la reiterada inclinación sexual de ocho curas de la archidiócesis de Los Ángeles (USA) por forzar los favores carnales de una feligresa que, con lo arrastrado que anda el dólar, ha aceptado una compensación de solo 500.000. Y también me pone de los nervios la sonrisa hipócrita y de no haber roto en su vida un plato del arzobispo Martínez (quédese, monseñor, que lo necesitamos) recibiendo una azotaina por haber violado penalmente la Ley del César, él que es juez y parte en los juicios de la de su dios.

Y para qué contar los picores que siento por los entresijos carnales cuando compruebo que el Ayuntamiento granadino sigue empeñado en su plan para desconsiderar al Albaycín y a su vecindad, inventándoles por doquier remontes mecánicos inspirados en las grandes superficies comerciales y pretendiendo alterar el trazado histórico del barrio con su obsesión favorita: hacerlo transitable a lo moderno demoliendo las casas que impiden por ahora que la calle de San Juan de los Reyes emule al Circuito automovilístico urbano de Montecarlo.

Y entonces recuerdo lo de aquel matrimonio alpujarreño costero que, llegado por vez primera a Lanjarón para tomar las aguas y confundiendo el hotel con el Balneario propiamente dicho, al ver el marido a la esposa a horcajadas sobre el lavafrutas para asearse el fandango, le dijo esperanzadísimo:

-Ahpernáhtate, María, que te hentre er mineral.

Así nosotros. Ah, y ya tenemos rector.

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