bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

Airbag

EL sábado pasado, a nuestro Pánfilo no le funcionó, con la chica que lo abrazó de repente en Reyes Católicos, ninguna de las armas de interposición que activó para librase de la presión del globo hinchado que ella había colocado entre los dos. Pese a que la joven apretaba con fuerza, el globo no estallaba. Las otras ménades que formaban parte del cortejo mixto de despedida de soltera, los rodeaban impacientes en espera de la explosión. Pero o el pecho de Pánfilo ya no es el muro pétreo de antaño o la anatomía de la ménade permitía al globo camuflarse entre las dunas y resistir intacto la presión de los dos cuerpos. Porque Pánfilo, a estas alturas del juego, también presionaba, convencido de que sólo podría librase de aquel abrazo prenupcial, si ayudaba a que el globo saltara por los aires hecho trizas.

Recordó que las ménades, en las fiestas de Dionisio vagaban borrachas por parajes agrestes, cazaban animales, los despedazaban y se los comían crudos. Enfadadas con Orfeo porque, desde que perdió a Eurídice, no prestaba atención a ninguna otra mujer, estas ninfas enloquecidas le dieron caza un buen día, lo despedazaron y se lo comieron. Pánfilo no se veía como manjar de aquellas furias de todo a cien, pero sí estaba seguro de que, de seguir la presión sobre su pecho, tendría un impertinente ataque de ansiedad o de lujuria. Primero, le susurró a la fiera que lo constreñía: "Señorita, me temo que no hemos sido presentados", pero la advertencia no fue percibida por la chica que intensificó la presión sobre sus martirizadas costillas. Entonces, echó mano de un segundo dardo para librase de aquellos brazos de hierro: "Supongo, joven", le gritó, "que tendrá usted una buena razón para intentar hacerme suyo en público".

La ironía tampoco disuadió a la joven que seguía apretando. Estaba a punto de decirle a aquella medusa que la denunciaría por acoso, cuando la explosión del globo dejó los dos cuerpos, sin airbag, fuertemente apretujados el uno contra el otro. Las compañeras de la asaltante, le gritaron entonces, con gran regocijo: "¡Baboso, viejo verde, suéltala!". Y echaron a correr de inmediato y Pánfilo, corrido, pudo ver como la del abrazo se alejaba con sus legguins blancos, un tanga verde luminiscente y un tutú de gasa blanca. Los hombres que participaban en la despedida, uniformados con un polo malva, avergonzados, seguían a las mujeres a cierta distancia, apoyándose los unos en los otros, como niños cogidos en una travesura embarazosa. Una de las amigas de la novia había mandado imprimir en las camisetas de todos la misma palabra: "Gilipollas".

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