SEÑALES DE HUMO

José Ignacio / Lapido

Alarma

QUE yo recuerde, los mayores miedos que he pasado en mi vida, sin contar pesadillas infantiles y visitas al dentista, están relacionados con los militares. Supongo que Franco y sus secuaces tuvieron parte de culpa. Muéstrenle si no una foto de Millán Astray a un niño contemporáneo a ver cómo reacciona. Seguro que la criatura, que a su tierna edad lo más inquietante con lo que se ha topado es Bob Esponja, se caga patas abajo.

Lo cierto es que, ya de mozo, la acongojante cita anual en el Gobierno Militar para pedir prórroga de estudios me provocaba todos los síntomas del pánico: sudoración fría, castañeteo de dientes y horripilación. ¿Me la concederán o no? ¿Me mandarán al calabozo directamente cuando comprueben que no piso la facultad? ¿Me formarán un consejo de guerra cuando descubran que este año tampoco he aprobado ni una asignatura? Todas esas preguntas me atormentaban días antes de presentarme ante el malencarado comandante de turno.

El otro susto monumental relacionado con los uniformes ocurrió el 23 de febrero de 1981: el mismo que se llevaron millones de españoles. Sesteaba yo con la letanía de fondo de una aburrida votación en el Congreso y de pronto, las voces extemporáneas, los tiros y luego el silencio. Un torbellino de imágenes antiguas de la guerra civil pasó por mi mente en esos minutos que estuve asomado a la ventana pensando en cuánto tiempo tardarían los tanques en hacer acto de aparición. Afortunadamente todo quedó en eso, en un susto inolvidable.

Han pasado seis lustros de aquello y la percepción que tengo de lo militar ha cambiado tanto que o yo me he convertido en otra persona o España se ha convertido en otro país. Puede que ambas cosas. En este tiempo los militares han pasado de ser la personificación de lo abyecto a paladines del humanitarismo. De ser la principal amenaza para la democracia a ser la salvaguarda de los derechos constitucionales. De ser el problema a ser la solución. Acabamos de comprobarlo. Si hace treinta años me dicen que el Gobierno va a declarar el estado de alarma y que los militares van a tomar el control de los aeropuertos no dudo ni un segundo de que se trata de un golpe de Estado encubierto. ¿Qué ha pasado para que ahora la gente no sólo no vea peligro sino que acoja con alivio tal medida? Todo el mundo lo sabe: cientos de miles de ciudadanos han sido tomados como rehenes por un gremio, el de los controladores aéreos, formado por profesionales que cobran una media de 350.000 euros, que tienen la posibilidad de prejubilarse a los 52 años con el sueldo completo y que hasta hace dos días sólo trabajaban 1.200 horas al año. En el momento que el Gobierno decretó que debían trabajar 470 horas más iniciaron su huelga salvaje con las consecuencias por todos conocidas.

No ha podido arreglarse por lo civil y se ha arreglado por lo militar. No seré yo el que proteste.

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