Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Alcaldes y alcaldesas más cultos

El mal ejemplo de Ada Colau debería servir de enseñanza para los gobernantes municipales

La metedura de pata de Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, al calificar de 'facha' al almirante gaditano Pascual Cervera que defendió Santiago de Cuba con su escuálida escuadra frente a la flota infinitamente superior del almirante norteamericano William Sampson - que, por cierto, lo calificó de héroe y hasta Fidel Castro demostró su admiración por el marino español-, con motivo de cambiarle la placa que tenía en Barcelona, por la del cómico Pepe Rubianes -el de la 'Puta España'-, ha sido motivo de infinidad de artículos, opiniones, pitorreo en las redes sociales porque en 1898, no se había 'inventado' el fascismo y, por lo tanto, Cervera, que era liberal, como los militares que apoyaba Mariana Pineda, tenía poco que ver con la etiqueta de Colau, sólo ajustada a la incultura demostrada por la alcaldesa filoindependentista -presente en todos los actos celebrados, desde el 1-O-, dispuesta a borrar todo vestigio español-catalán, con su grupo aliado de Podemos, aunque sin atreverse aún a quitar la estatua de Colón del puerto de Barcelona, como pide la CUP.

Una simple anécdota, pero el ejemplo de Ada Colau debería servir de enseñanza para los gobernantes municipales a fin de no hacer el ridículo y, sobre todo, no patearan la historia y la cultura. Cada uno puede pensar lo que quiera, poner o quitar rótulos de calles, levantar o quitar estatuas, pero deberían mostrar un más alto grado cultural del que observamos generalmente en alcaldes y concejales de ciudades importantes, sobre todo en aquellas en las que la Cultura -es decir, la universalidad, variedad y convivencia- es motivo de enriquecimiento. Los ciudadanos son muy libres de elegir a sus representantes. Pero creo que exigirles a los que actúan en nuestro nombre un mínimo grado de preparación es imprescindible, no sólo para la convivencia, sino para el prestigio de estos lugares en los que vivimos gentes de diversas convicciones, pero unidos por el amor a la tierra cercana.

Lo importante no es que alcaldes y alcaldesas tengan multitud de títulos o másteres -legítimos, ilegítimos o inventados, como estamos viendo en estos días, en otro de nuestros esperpénticos espectáculos nacionales-, sino que se esfuercen por no hacer el ridículo, se enteren de las cosas y parezcan algo más que estudiantes de primaria o activistas de tercera.

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