la tribuna

Rafael Caparrós

Alemania en la crisis del pepino

UNOS amigos alemanes que ayer regresaron de Hamburgo me han dicho que vieron en varias fruterías y puestos de supermercados de esa ciudad un mismo tipo de cartel anunciando: "En este establecimiento no se venden productos españoles". El carácter estandarizado del cartel significa que en un tiempo récord ha sido diseñado, fabricado, distribuido y vendido a unos "comerciantes patriotas" no sólo afines al nacionalismo chauvinista del Deutschland über alles, sino también seguramente interesados en la guerra comercial alemana con la primera potencia productora europea, España, que a la sazón se iniciaba.

Como es sabido, todo empezó cuando la eximia senadora y ministra de Sanidad de Hamburgo, Cornelia Prüfer-Storcks -candidata a disputar a Angela Merkel y a Catherine Ashton el bochornoso galardón de Calamity Jane de la política europea- pronunció públicamente su injustificada condena del pepino andaluz como el culpable del brote infeccioso epidémico causado por una variante especialmente agresiva de la bacteria E.coli.

Cuatro días después, no obstante, las autoridades alemanas del Gobierno federal rectifican y exculpan al pepino español de ser portador de la bacteria causante del brote. Pero para entonces había ya un colectivo de enfermos que superaba el millar, repartidos entre todos los länder (estados federados de Alemania) excepto Brandeburgo y Sajonia, y también un rosario de afectados en países como Suecia, Dinamarca, Francia, Reino Unido, Suiza, Holanda, Austria e incluso España, con dos casos. En ese contexto, la primera declaración del Gobierno federal, en boca de la ministra de agricultura y consumo, Ilse Aigner, fue que, "el problema ha adquirido una dimensión europea". Pero Aigner ignoró la principal evidencia de ese "problema europeo": que tiene, desde el primer momento, una clara geografía alrededor de Hamburgo, cuyo puerto es uno de los mayores distribuidores de mercancía y alimentos de Europa. En efecto, todos los afectados registrados en el extranjero tienen en común que han estado en el norte de Alemania, por lo que la declaración gubernamental era una forma de escabullirse.

De hecho, las autoridades sanitarias estaban en Hamburgo desde primeros de mayo sobre la pista de la infección, porque ya había casos, pero se callaron durante tres semanas, hasta encontrar un chivo expiatorio adecuado en el pepino español, por cuanto se inscribe perfectamente en la lógica política de ese nacionalismo de pandereta que ha venido introduciendo la canciller Merkel en la política alemana, y que es una actitud desconocida en sus antecesores, Adenauer, Erhard, Brandt, Schmidt, Kohl, Schröder... Todos ellos trabajaron por una Europa unida e interdependiente en lo económico y con una creciente perspectiva política; subordinaron los intereses estrictos de Alemania a los de Europa, con el convencimiento, acertado, de que lo que era bueno para Europa era bueno para Alemania. Merkel, llegada a la política federal desde la RDA, tras la caída del muro, no comparte esa perspectiva del europeísmo. Se ha constatado con las crisis provocadas por el tiburoneo financiero contra la deuda soberana de las economías más débiles de la Eurozona: Schmidt, Kohl, o incluso Schröder, habrían liderado una respuesta contundente de la Unión.

Pero es que Merkel, además, ha actuado con anacrónica prepotencia provinciana contra los pigs (=cerdos, acrónimo peyorativo con que se designa a los países del sur de Europa: Portugal, Italia, Grecia y España), afirmando que los alemanes no están dispuestos a seguir financiando la siesta y la fiesta de los vagos del sur y sosteniendo que los españoles trabajan menos horas que los alemanes, o que se jubilan antes, o que tienen más vacaciones... Lo cual es radicalmente falso. Las estadísticas de Bruselas indican justo lo contrario: que son los alemanes los que trabajando menos perciben salarios y protecciones sociales muy superiores. Es en este contexto de patrioterismo germánico en el que se debe inscribirse la guerra de los pepinos.

El mito de la eficacia alemana se cae. En la gestión de esta crisis sanitaria ha pecado de ligereza, prepotencia y falta de rigor. No fallaron los científicos alemanes -aunque todavía no hayan sido capaces de secuenciar el genoma de la bacteria-, sino aquellos políticos que se atrevieron a publicar unos análisis incompletos, aún sin confirmar. Hay muchas preguntas pendientes respecto a esta historia. Pero una cuestión esencial, porque el infundado alarmismo alemán ha causado pérdidas de cientos de millones de euros a Andalucía, es ¿por qué se dedujo que el origen del problema era el campo español y no, por ejemplo, el campo alemán? Tanta rapidez, y las enérgicas medidas de protección tomadas, suscitan la clásica pregunta: ¿quién se beneficia del error? Los agricultores alemanes, sin duda.

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