De nuevo enfrentamos una alerta sanitaria internacional declarada el jueves 30 de enero por la Organización Mundial de la Salud (OMS): en este caso, producida por la propagación de un nuevo coronavirus procedente de Wuhan (China) al que han denominado técnicamente 2019-nCoV.

Una alerta sanitaria internacional como esta supone un condicionante legal que obliga a los sistemas sanitarios del mundo a extremar sus actuaciones para que, mediante los sistemas de vigilancia epidemiológica, se puedan detectar precozmente los posibles casos de esta nueva enfermedad y los servicios de salud puedan actuar cuanto antes, procurando la mejor atención sanitaria a los afectados.

También, se harán necesarias medidas de higiene y prevención que, según su intensidad, pueden condicionar nuestra vida cotidiana y nuestros movimientos. El sistema sanitario español está capacitado para responder a esta emergencia aunque ojalá, la extensión, la gravedad y la letalidad de este nuevo coronavirus no desborde las previsiones actuales. En ese caso, todo sería excepcional.

Las experiencias anteriores causadas por el SARS, la gripe A o el Ébola, demuestran que tenemos bien engrasado el sistema sanitario; son alertas que han permitido poner en valor la calidad y la excelencia de los profesionales sanitarios y, sobre todo, de los dispositivos de vigilancia y salud pública cuyos profesionales trabajan de una manera invisible y casi anónima y, al tiempo, muy eficaz. Todo ello es motivo para la confianza.

Conviene tener confianza en las autoridades sanitarias y en la propia OMS y es de esperar que China haya puesto de verdad a disposición de la comunidad internacional toda la información de la que dispone, porque esta colaboración es de vital importancia para precisar adecuadamente la magnitud del desafío sanitario que enfrentamos a nivel global.

Por ahora, aunque la situación ofrece motivos para una moderada preocupación, las respuestas parecen adecuadas al nivel de extensión del virus y a las consecuencias sanitarias en la población. La declaración de la alerta internacional permite ir modulando coordinadamente las respuestas de todos los países en función de los datos que se sigan obteniendo. Ni hay que pasarse, ni hay que quedarse cortos. Este es el reto de las autoridades. También de la UE.

Mientras tanto, es conveniente que los medios de comunicación ayuden a no alarmar y atiendan siempre a informaciones que tengan base y respaldo científico.

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