La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

Alfonso Guerra, facha

Ya no espero ser sorprendido por las cosas de la política de mi país, pero llamar facha a Guerra es una innovación inesperada

Existe incomparecencia del sentido común cuando a la verdad se la pone en solfa porque no dice lo que conviene oír. España tiene tantas dosis de libertad presunta como confluencia halle con los que piensan igual. Discrepar de lo políticamente correcto es presentar candidatura a presidir el facherío, o a ser insultado sin piedad ni remedio. Ese es hoy el hándicap más estigmatizador de nuestra sociedad: pensar distinto. A lo que nos ha llevado, no ya tener ideas propias, sino declararlas en público.

El verdadero nivel del consorcio vigilante de las esencias es ver cómo se le llama facha a Alfonso Guerra, repito, Alfonso Guerra, porque dice lo que piensa y no coincide con los que piensan en lo que él dice. Su condición de socialista la achican ya a írrita y presunta.

Le ha dicho Alfonso, el mismo que fuera vicepresidente de Felipe, a Pedro Sánchez, algo tan de sentido común como que gobernar con 84 diputados no es muy socialista, porque las cesiones del Estado serían (son) excesivas. Y le gritan los vigías en alerta de la inmaculada perfección progresista: ¡facha!

También advierte a las izquierdas que decir España y sentirse español no es ningún motivo de alarma, ni de enfermedad grave de consecuencias infecto contagiosas indeseables; que no salen granos en salva sea ninguna parte del cuerpo por alardear de ser de izquierdas y español. Y le responden a coro almas errantes del dogmatismo más estricto: ¡facha!

Es lo que hacen a Fernando Savater, uno de los intelectuales más brillantes de nuestro país, como a Guerra, que lo acomodan en un lugar del espectro contra el que se batió: el fascismo. No por ser un vasco infatigable antinacionalista, sino por decir lo que dijo sobre la inteligencia política de quienes aún votan a Podemos. Otro facha.

Parece ser que ahora el respeto como disidente hay que ganárselo sonándose los mocos en una bandera española, procesionando vaginas, insultando las costumbres religiosas de los cristianos o cagándose en santos y vírgenes al estilo willytolediano. Declarar facha a uno de los políticos protagonistas de nuestra democracia es aligerar la lectura de lo que dice, saltándose las páginas de lo que hizo como prueba irrefutable de su compromiso a favor de las libertades que hoy gozamos todos.

Yo ya no espero ser sorprendido por las cosas de la política de mi país. Pero sí reconozco que oír llamar facha a Guerra ha sido una innovación inesperada. Seguro que en su tumba, para Suárez y Fraga, también.

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