Alguacil alguacilado

La crisis económica de 2008 trajo una violencia de baja intensidad en forma de escraches y acosos importados de Argentina

En 1995, un coche bomba estuvo a punto de matar a José María Aznar cuando era jefe de la oposición conservadora. A Miguel Ángel Blanco, en Ermua, le metieron dos tiros en la nuca por ser concejal del PP. A Ernest Lluch -ex ministro del PSOE- lo asesinaron cuando salía del garaje de su casa. A José María Martín Carpena, concejal malagueño del PP, lo mataron delante de su mujer y de su hija cuando iba a subirse al coche. A José María Zamarreño, un trabajador del metal -un proletario, como se decía en mis tiempos de facultad-, le pusieron una bomba cuando iba paseando por la calle. ¿Por qué? Porque era concejal del PP en el País Vasco. A su predecesor lo habían matado semanas antes, igual que mataron a docenas de ediles del PP y del PSOE durante los terribles años de plomo de ETA, entre 1975 y 2009.

Estas cosas parecen haberse olvidado por completo, como si hubieran sucedido hace cientos de años. Es como si existiera un manto de olvido interesado, una neblina perpetua que se ha posado sobre las cosas que no interesa recordar porque no nos resultan agradables. Pero los que tenemos memoria sabemos que ha existido una terrible violencia política entre nosotros. Esa violencia, por fortuna, desapareció cuando ETA abandonó la "lucha armada" (ese fétido eufemismo que ocultaba los tiros en la nuca), pero la crisis económica de 2008 trajo una violencia de baja intensidad en forma de escraches importados de Argentina. Esos acosos callejeros se cebaron en políticos del PP con la excusa de los desahucios o de la corrupción económica. Los motivos eran legítimos, sí, pero los métodos eran inadmisibles. Y a pesar de todo, se justificaron los acosos y las amenazas con el argumento de que las personas que vivían una situación de extrema angustia económica podían gritar pidiendo la muerte de Cristina Cifuentes o podían rodear la vivienda de Soraya Sáenz de Santa María porque su política -decían- favorecía los desahucios.

El problema es que ahora han cambiado las tornas y quienes sufren los escraches y los acosos -siempre inadmisibles- son quienes antes los alentaban y los justificaban como "jarabe democrático". Y así estamos, viviendo en un clima cada vez más tóxico y más violento cuando la economía se ha ido a pique y ni siquiera sabemos qué vamos a hacer con nuestros hijos en el principio de curso. Fabuloso.

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