palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Alhambra a la putanesca

SI ayer titulábamos nuestro comentario sobre el capricho del alcalde de agujerear la colina para meter un ascensor Alhambra a la gruyere hoy hemos optado por el de Alhambra a la putanesca para, sin abandonar la nutritiva cocina de pizzería, hablar del informe judicial que pone al descubierto las supuestas y obscenas irregularidades en que incurrieron numerosas oficinas del BBVA en la venta de entradas al monumento entre los años 2002 y 2005 y de las cuales el lector encontrará un amplio resumen en este mismo periódico. Los peritos calculan que el baile de máscaras de las entradas supuso para la Alhambra un perjuicio económico superior a los 620.000 euros.

Las estratagemas ideadas para violentar las normas que prohibían vender más de cinco entradas por persona, y evitar de ese modo la acaparación por parte de las agencias y profesionales del turismo, es de una riqueza extraordinaria. Aunque las oficinas del BBVA de la plaza de Isabel la Católica y de Las Gabias fueron, según el informe, las que más imaginación aportaron para burlar las normas de venta, sucursales de medio país agregaron también, como se suele decir, su granito de arena. Madrid, Málaga, Cádiz, Sevilla, etcétera, aparecen mencionadas en la voluminosa crónica aportada por los peritos al Juzgado de Instrucción número seis que, desde hace años, investiga el fenomenal embrollo montado alrededor de la venta de localidades para visitar el monumento árabe.

Según el relato de los peritos, los clientes predilectos de las oficinas del BBVA, es decir las agencias conchabadas, para burlar las restricciones en la expedición de entradas, inventaron localizadores a nombre de personajes ficticios que luego se presentaban en la taquilla a retirar sus encargos. Desde José María Aznar al inefable Perico de los Palotes. El Carnaval era extraordinario. A veces, eso sí, en un ejercicio demostrativo de cierta cultura literaria, las oficinas del banco reservaron entradas a Jacinto Benavente y (más natural) al mismísimo Washington Irving. ¡Si Irving no tiene mano en la Alhambra para conseguir un puñado de entradas extras, debieron pensar los implicados, quién la va a tener!

Lo extraordinario es que semejante chapuza (a la que hay que añadir las aportaciones de los restantes imputados, entre empleados del Patronato y responsables de agencias) durara años y años sin que nadie, en apariencia, de los que tenían a su mando el control percibiera nada raro. La Alhambra, nadie lo dude, da para fabricar un largo menú. ¡A ver quién al final se come los marrones! Glacé, por supuesto.

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