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Rafael Sanchez Saus

Menos América

NI una mala palabra, ni una buena acción. Así caracterizaba cierto profesor a un colega impío pero simpático, de esos tan comunes hoy en la universidad española. Es la mejor definición por lo breve de Barack Obama, reelecto presidente de los Estados Unidos por un estrecho margen de votos populares y sólo gracias a la atracción que suscita en todas las minorías ajenas o insatisfechas con el american way of life. Un estilo americano que no debe confundirse con las modas para mentecatos que se lanzan al mundo desde los barrios extremos de Los Ángeles o Nueva York, sino por algo tan incomprensible por aquí como la determinación de los ciudadanos de no dejar su futuro en manos del Estado a cambio de promesas.

La reelección de Obama se produce cuando su declive político ya ha comenzado, y en los próximos tiempos esto se hará más patente aún. Sin brújula en política internacional y con todos los sectores vertebradores de la sociedad en contra, el fracaso parece casi inevitable. Las grandes esperanzas de hace cuatro años quedaron muy atrás y el triunfo de ayer, más personal que político, recuerda muy poco, en brillo y magnitud, al que en 2008 celebraron más de 240.000 entusiastas seguidores en el Grant Park de Chicago.

No es éste, desde luego, el juicio mayoritario que en Europa, y especialmente en España dentro de ella, se hace de Obama y su presidencia. El interés universal que suscitan las elecciones americanas sirve de estímulo a juegos demoscópicos que los medios auspician porque soñar no cuesta nada y, en el fondo, todos anhelarían poder influir de alguna manera en la madre de todas las elecciones. La encuesta cotidiana por internet de un diario español, la cual, no importa qué se pregunte, siempre ofrece resultados de perfil muy conservador, revelaba el pasado martes la preferencia por el demócrata de casi un 70% de los lectores. Más aún, hay un estudio de apariencia solvente que, en los últimos meses, cifraba ese apoyo en más del 80% en una amplia selección de países repartidos por todo el mundo. De hecho, Romney sólo era preferido en Israel. Curiosamente, cuanto más contrario es un país a los Estados Unidos, mayor simpatía mostraba por Obama, y no hay que ser un lince para ver que, entre nosotros, cuánto más antiamericano es un individuo, más detesta a los republicanos aunque no haya oído hablar en su vida de Mitt Romney.

El suspiro de alivio del mundo al saber que dispone de otros cuatro años de menos América ha resonado en todas las redacciones. Al menos, los americanos tienen la suerte de tener a sus enemigos fuera, bien identificados y sin posibilidad de votar en sus presidenciales. En España, sin ir más lejos, los tenemos en la propia casa, conspirando cada día y votando contra ella en toda ocasión.

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