Andalucía liberal

El Prado nos recuerda que, además de la del espectáculo, existió, hace casi dos siglos, una Andalucía liberal

Los pueblos seleccionan entre multitud de opciones los hechos, personajes y lugares que desean que perduren en su memoria y gracias a ellos construyen su historia. Para conservar vivo ese pasado hay que atesorar los episodios considerados significativos. La pintura, junto con otras manifestaciones de la cultura, ha servido de gran ayuda en este esfuerzo. En numerosas ocasiones un recorrido por el legado pictórico permite recuperar los pasos más singulares de un país. Unos cuadros bien elegidos pueden convertirse en una pedagógica radiografía del pasado. Un ejemplo: no hay mejor puerta para conocer la sociedad holandesa moderna que la obra de Rembrandt.

En estos días, en el Museo del Prado, se expone (hasta el 30 de junio), El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga, un cuadro que se ha comparado por su fuerza expresiva y su intención política con los Fusilamientos de Goya y La libertad guiando al pueblo de Delacroix y que constituye, gracias a sus componentes históricos y estéticos, una de las mejores claves para comprender la conflictiva deriva del siglo XIX español. Esta obra fue encargada en 1886, por el Gobierno liberal, entonces en el poder, al pintor Antonio Gisbert. Gracias a esta petición se contó ya con un cuadro que recogiera y sacase del olvido la muerte, fusilado, del general Torrijos al intentar restablecer, desembarcando en Málaga en 1831, la constitución liberal doceañista, abolida debido al golpe autoritario de Fernando VII. Con esta exposición, el Prado le presta a este vibrante cuadro otra acogida, justificada con nuevos documentos y un pertinente catálogo. Se renueva y acrecienta así la memoria de un episodio liberal llevado a cabo en Andalucía, como una continuación más del fermento liberal incubado en las Cortes gaditanas.

Pero, además, la recuperación de este cuadro, excelente testimonio del compromiso moral y político de Torrijos y sus compañeros, incita a reflexionar sobre el poco espacio que en la pintura andaluza han obtenido estos ejemplos liberales, tan frecuentes, por otra parte, en las tierras meridionales a lo largo de la primera parte del siglo XIX. Podría pensarse que los pintores en el sur -incluidos clientes e instituciones- impresionados, quizás en exceso, por el atractivo hedonista de los ambientes castizos, con sus majos, bailes y fiestas, olvidaron prestar atención a cuestiones tan conflictivas. Menos mal que, desde fuera -en este caso el Prado-, alguien recuerda que además de la Andalucía del espectáculo existió, hace casi dos siglos, una Andalucía liberal.

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