Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Animaladas

Hemos coronado la cumbre de la chatarra tecnológica al tiempo que nos hemos sumido en un abismo moral

Una de las imágenes más penosas que ofrecen los periódicos en estos días de noticias aciagas es la de un poni, un caballito rubio sosteniéndose con dificultad sobre sus patas, que acaban en unos cascos deformes, en unos muñones hiperdesarrollados. Esa criatura, sospecha la Guardia Civil, ha permanecido encerrada durante tres años en una celda-establo de veinte metros cuadrados sin que nadie se ocupe de limarle las pezuñas, sus zapatos naturales. Ha sido tratada como una mercancía o una herramienta, un trasto susceptible de compraventa o al que algún día se le podrá encontrar rentabilidad. Noticias como ésta, aparentemente menores, no extrañan demasiado en un país donde se cuelgan galgos tras la temporada de caza, donde, apenas anteayer, se arrojaban cabras desde campanarios y se decapitaban gansos por mera diversión y en el que abunda la gente dispuesta a ejercer de verdugo y pagar por disparar a un rinoceronte salvaje en algún lugar remoto del Globo; pero, a poco que se fuerce el entendimiento, evidencian que, a lo largo de siglos, el hombre ha desarrollado tanto su inteligencia productiva como poco su inteligencia emocional. Hemos coronado la cumbre de la chatarra tecnológica al tiempo que nos hemos sumido en un abismo moral.

La comprensión y el amor hacia los animales, compadecerlos y empatizar con ellos, ser conscientes de que sienten y sufren, nos hace más humanos, algo que ya ha sido enunciado a lo largo de la historia y que se plantea de soslayo en Blade runner 2049, película que aún se puede contemplar en las salas de cine de la capital e inspirada en la novela de Philip K. Dick "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?". En ella, los supervivientes en un planeta desolado aflojan dinerales por adquirir mascotas, seres en peligro de inmediata extinción, para cuidar de ellos. Hay quien plantea que llegará el día en que se considerará una brutalidad una dieta alta en proteínas animales que implica exterminar millones de vidas tras arrebatarles la libertad. Sin llegar a ese extremo, lo que sí empieza a quedar claro es que nos portamos con gran desconsideración con los demás sujetos de la Tierra, que ocupamos un lugar que habitaron otros seres antes que nosotros y que seguramente lo ocuparán después. Si usamos nuestro cerebro como un arma, como un colmillo, como una garra contra las otras especies, ¿en qué mejoramos al tigre, que sólo caza para saciar el hambre? Creernos los reyes de la creación, al tiempo que nos comportamos como déspotas extremadamente crueles con nuestros compatriotas planetarios, supone menos inteligencia que pura vanidad.

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