Resulta curioso, cuanto menos, que la defensa por los derechos de los animales haya terminado por derivar en una especie de humanización de estos. Lo que en un principio fue un loable movimiento contra la tortura en las corridas de toros o el hacinamiento de los animales en las granjas de engorde, ha terminado en una estúpida moda de tratar a las mascotas como si fuesen seres humanos. Se les habla, se les viste con ropas de abrigo en invierno (obviando algo tan básico como que ya tienen vello corporal para cumplir la misma función). Está claro que el nivel de civilización de una sociedad se puede medir en el grado de respeto que tiene por sus animales, y que quien tortura o abandona a un ser vivo no debe quedar impune. Porque, como dice Arturo Pérez Reverte, toda la bondad del mundo se concentra en la mirada de un perro. Ahí está Stan Lee, con su ternura, llevando la alegría a los colegios. Pero eso es una cosa y otra olvidar un precepto tan básico como que, ante todo, nada es más triste en la vida que una persona que pasa necesidades.

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