Año electoral, año feliz

Es menester más Constitución y separación de poderes, y menos concesiones a delincuentes y gobernantes embusteros

Ciertamente, este año puede ser especialmente feliz, porque este de 2023 es, nada más y nada menos que año electoral. De forma y manera que nos esperan varias fiestas de la democracia y espero y deseo, fervientemente, que sea así, que sean verdaderas fiestas en las que recuperemos y fortalezcamos esta forma de gobierno que nos dimos los españoles en aquel año de 1978, aquel que, cada día que pasa, nos parece a muchos más lejano y desdibujado. Sí, por el bien de todos es menester más Constitución, más Estado de Derecho, más separación de poderes, más confianza en las instituciones que conforman el Estado y menos leyes injustas, menos concesiones a los delincuentes y traidores y menos gobernantes embusteros que nos quieran hacer comulgar con ruedas de molino, cada vez más grandes y pesadas.

El hecho de que la consecución de la democracia, después de una dictadura de casi cuarenta años, se alcanzase sin más derramamiento de sangre que la que produjo la ETA o el GRAPO -que ya fue mucha- no significa que se alcanzase fácilmente y sin esfuerzo. Ni mucho menos. Hubimos de ser muchos, desde la constancia y el sigilo, los que los que contribuimos a difundir la idea de que una España de españoles libres era no sólo perfectamente posible, sino absolutamente necesaria. Y ello desde posiciones cada vez más acendradamente centradas y conscientemente alejadas de los posicionamientos radicales extremos que sabíamos era de donde podrían venir enfrentamientos de las dos irreconciliables Españas, las mismas que, desde el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, hasta éste de Pedro Sánchez han sabido las formas de introducirse en las instituciones y en el cuerpo legislativo de la Nación, fomentando esos indeseables enfrentamientos.

Muchos, que nunca hemos sido del pensamiento de la izquierda política, sí hemos creído en la necesidad de su insoslayable presencia en una nación que deseábamos democrática, en la que el ejercicio libre de la voluntad soberana popular tuviese siempre garantizada la posibilidad de aupar al gobierno de las Instituciones político provenientes de los mayoritarios espectros económicos, culturales y sociales que proyectase la propia sociedad española. De otro modo hubiera sido negar la realidad, forzadamente. Somos, pues, de una generación que fue piedra angular en la restauración democrática en España y nos hubimos de formar en las lecturas, por ejemplo de revistas con títulos tan sugerentes como Cuadernos para el diálogo, que aún guardamos en las estanterías de nuestras bibliotecas físicas y síquicas.

Así, alegrémonos pues se nos ofrecen oportunidades maravillosas para recuperar la erosionada democracia, herida, consciente y deliberadamente, desde el propio Gobierno que lo ha sido y lo es -no se pierda de vista- por una extraña, pero legal, ingeniería política, permitida por el propio sistema democrático contra el que intelectualmente se produce, en perjuicio de la Soberanía. ¿O no?

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