Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Años de terror y dolor

La disolución de ETA no puede terminar con un acto propagandístico, sino pidiendo perdón a todos por sus crímenes

Los que hemos dejado constancia, en las columnas escritas, de los años de terror y dolor provocado por los crímenes de ETA, con su reguero de 853 víctimas mortales de sus execrables y cobardes atentados, creemos que la disolución 'definitiva' de la banda no puede terminar con otro acto propagandístico, sino reconociendo sus crímenes y pidiendo perdón a todas las víctimas -digo a todas, sin distinciones de ningún tipo-, sin esconderse detrás de abominables justificaciones nacionalistas, como si algo digno hubiese en el fondo de estos asesinos que, hoy, ni siquiera merecen la atención que le dedicarán los medios nacionales e internacionales. Todos celebramos, hace siete años, el fin del cruel e inútil derramamiento de sangre inocente-todas las víctimas lo eran, fueran civiles, niños que estaban con sus padres en el atentado de Hipercor, en las casas cuarteles, simples ciudadanos, militares, guardias civiles o policías que cumplían con su deber, magistrados, políticos, periodistas o empresarios-, inocentes a los que los asesinos y sus cómplices y todavía seguidores, revestidos de legalidad política, le deben una reparación moral. Bienvenida sea, de todas formas, la consolidación de la paz, pero con el convencimiento de que no fue una guerra o un conflicto armado, sino terrorismo puro y duro contra un Estado de derecho, al que se le hizo mucho daño, desde los primeros tiempos de su implantación democrática, y sobre todo a sus más de 800 ciudadanos vilmente asesinados y a los 358 casos sin resolver que no deben olvidarse.

Pero, al fin, ganó la democracia y la fuerza de un pueblo, convencido de que las libertades y la convivencia acabarían derrotando al fanatismo. Sangre inútil derramada, terror y dolor durante más de medio siglo, odio no extirpado del todo en la sociedad vasca, como vemos con algunos lamentables episodios, entre homenajes a criminales y agresiones diversas. Deberían tomar nota otros fanatismos nacionalistas, como ocurre con los independentistas catalanes que, aunque estén en las antípodas de esta lucha armada y se digan personas de paz -aunque admitan cierto grado de violencia- sí tienen, en sus extremos, connotaciones peligrosas para un futuro de concordia. La derrota de ETA es el símbolo de la derrota de los extremismos nacionalistas.

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