Cuchillo sin filo

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

Arco-nada

Son presos y son políticos, pero no son presos políticos. El presunto artista mutiló la realidad, censor censurado

El lenguaje tiene esas cosas. Esas proverbiales paradojas. Oriol Junqueras y sus mariachis están presos y son políticos, pero no son presos políticos. Parece un silogismo en bárbara, pero en realidad es así. En el terreno de las integrales o los logaritmos neperianos, de aquellas ecuaciones que nos dejaron esa maravillosa nomenclatura epatante resulta que A + B puede no ser igual a AB. Presos más políticos no es igual a presos políticos. De la misma forma que un 1 detrás de otro 1 da 11 y no 2 aunque sean dos unos. Atila nos coja confesados.

Valga este galimatías con morriña algebraica para desenmascarar la patraña del presunto artista Santiago Sierra que ha pretendido presentarse a sí mismo no sólo como artista sino como víctima de la censura y de la Inquisición. Nadie puede censurar al censor, que es lo que en realidad ha ocurrido. Censurar consiste en mutilar la realidad y eso es precisamente lo que ha querido hacer el principal protagonista de la última edición de Arco. Su flecha ha dado en la diana porque consiguió escandalizar a los mojigatos, que se rasgaran las vestiduras las plañideras de turno y que tuviera que rectificar el director del recinto ferial, el censor del censor.

Que el pequeño escándalo haya coincidido con la muerte de Forges nos ofrece una inesperada lección sobre la ética y el compromiso artístico. Antonio Fraguas fue inmisericorde en muchos de los retratos que hacía de la vida cotidiana, demoledor, transgresor, todos los epítetos que a veces suenan a retórica hueca en cierta vanguardia de pitiminí. Pero nunca quiso ganarse el favor del público por el atajo siempre rentable de la zafiedad o el escarnio barato. Santiago Sierra ha querido pasar como el nuevo Norman Mailer de una canción del verdugo para unas víctimas imaginarias. Son presos. Son políticos, pero no son presos políticos, dos palabras incompatibles con el Estado de Derecho y las normas que emanan de nuestra Constitución. No reconocer esa premisa es un insulto a la inteligencia, lo cual también es válido para Roger Torrent, epígono silábico de Torrente, adalid de los falsos presos políticos neperianos, joven político de la vieja falacia que estrenó con su viaje de pleitesía (bonita palabra, Ada Colau) a Bruselas para ver a Puigdemont la nueva figura de ujier-presidente del Parlament.

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