La norma no escrita de la buena educación dicta que no es muy decoroso pararse a mirar a los desconocidos por la calle, es casi una violación de su intimidad. El problema surge cuando esos desconocidos actúan de forma rara, inusual, buscando precisamente que nos fijemos en ellos, generando así un vacío legal donde no queda muy claro si está bien visto o no quedarse mirando, pues pese a la rareza de su actuación, seguimos sin saber si de verdad desean atraer la mirada o, simplemente, actúan así por algún motivo que desconocemos y que no nos incumbe.
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