Avenida de la ilustración

Algunos alcaldes parecen pensar, con Carlos III, que los españoles son como niños que se distraen con las luces

La Avenida de la Ilustración une en Granada las avenidas del Conocimiento y de la Innovación: por esos nombres, el Campus de la Salud parece una utopía del siglo XVIII, conocido como "el siglo de las luces".

Esquilache, ministro de Carlos III, entendió lo de las luces literalmente y mandó instalar faroles en las esquinas de la capital. Pero Esquilache es famoso sobre todo por el motín del pueblo de Madrid en su contra. Es significativo que una de las actividades a las que se entregó la multitud amotinada fuera destruir aquellos faroles. Seguramente en hechos como este pensaba Carlos III cuando afirmó que los españoles son como niños que lloran cuando los lavan y los peinan.

Pero los españoles lloraban con razón y no arremetían contra los faroles por afición a las tinieblas. El caso es que los vecinos tenían que pagar el aceite y las velas de sebo que requerían los faroles para lucir por la noche y que el precio de aquellos consumibles subió tanto que la gente no podía permitírselos para sus propias casas. El panorama de calles iluminadas y viviendas a oscuras retrata bien uno de esos quiero-y-no-puedo tan típicos de nuestros gobernantes. Esquilache resultó no ser un ministro ilustrado sino otro político iluminado que cree saber mejor que la gente lo que a la gente conviene.

Algunos alcaldes, incluido el de Granada, parecen pensar, con Carlos III, que los españoles son como niños: niños que se distraen con las luces. Por eso el Ayuntamiento de nuestra ciudad está dispuesto a gastarse un dinero que no tiene para competir con los de Vigo y Madrid en iluminación navideña. ¿Quién ganará? En sentido de la oportunidad ya ha ganado Madrid, que la semana que viene acogerá la Cumbre del Clima. Hablar sobre ahorro energético y ciudades sostenibles al tiempo que se cuela por los ventanales del IFEMA la iluminación más costosa de la historia será una experiencia inolvidable que los participantes se llevarán a sus países.

Ahora bien, en oprobio a la propia ciudadanía ningún alcalde competirá con el de Granada. Cual émulo de Esquilache, nuestro Salvador podrá presumir del agudo contraste entre barrios enteros a oscuras por los apagones y un centro de la ciudad obscenamente hiperiluminado.

La gente, por fortuna, ya no es tan propensa como en el XVIII a arremeter a bastonazos contra las luminarias. Habrá que esperar cuatro años para ver si arremeten con sus votos contra estos alcaldes con tan pocas luces.

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