Ala hora de redactar estas líneas acaba de concluir la retransmisión televisiva de la fastuosa Marcha Radetzky, que la Filarmónica de Viena interpreta puntualmente cada primero de año, en este caso dirigida por el venerable George Petre. Cambio de cadena y me encuentro la inconfundible voz de Paco Grande contándonos, desde Garmisch, los saltos de esquí del torneo de los cuatro trampolines. Así que concluyo que, en efecto, me encuentro en el día de Año Nuevo, ya que tanto el concierto como los saltos son algo así como la seña de identidad inequívoca de que hemos entrado en un nuevo año.

Cuando ustedes lean estas líneas, el ceremonial del Día de la Toma, de la entrega, del encuentro, del desencuentro o de lo que ustedes quieran ya estará en marcha. En el tradicional "Granada ý qué", la Plaza del Carmen estará repleta de público y me temo que, lamentablemente, también ornada con banderas preconstitucionales, trasnochadas camisas azules y gentes llegadas de lejanas latitudes y que no sé por qué han decidido convertir a Granada, cada dos de enero, en la reserva espiritual de Occidente.

Créanme que, personalmente, me importa un bledo si el dos de enero debe conservar los elementos tradicionales que configuran esta celebración o ser borrado de la faz del calendario en aras de una hipotética concordia de civilizaciones. Lo que no me da lo mismo es que tantos unos como otros conviertan a Granada, por mor de la fiestecita de marras, en escenario de sus paranoias integristas.

Estoy seguro de que a la mayoría de la ciudadanía de Granada lo que más le gusta del dos de enero es que permite prolongar el puente de fin de año y le da un ardite el simbolismo con que unos y otros pretenden revestir esta fecha. Por eso me parece especialmente peligrosa la instrumentalización que se está llevando a cabo, tanto por movimientos ultraconservadores, con el aliento de un determinado sector eclesiástico, lo que ha llevado a segmentos no menos integristas, de las filas islámicas, a enfocar su mirada hacia nuestro dos de enero para ver en la fiesta, un ejemplo del desprecio y la humillación con que el 'perverso' Occidente trata al Islam.

La situación pone de manifiesto, el nivel de crispación en que se mueve esta sociedad del siglo XXI, en la que Granada aun no ha sabido definir su posición, a pesar de reunir todas las condiciones para convertirse en uno de los escenarios, con más posibilidades de lugar de encuentro, donde las civilizaciones en conflicto puedan limar aristas y fijarse más en lo que nos une que en lo que nos separa. Claro que, para eso, deberíamos dejarnos de tanta estupidez y ponernos todos a una en el intento. 2008 no sería mal año para ello. Que a todos ustedes les depare lo mejor.

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