Uno de tres

España goza de un patrimonio cultural extraordinario cuyos beneficios deben revertir, obviamente, en los lugareños

Según hemos sabido últimamente, uno de cada tres turistas que viene a Andalucía lo hace por motivos culturales. Esto significa, según el consejero del ramo, que el turismo cultural ha aumentado sustancialmente en los últimos años. Pero esto implica, de igual modo, que dos de cada tres turistas no vienen a Andalucía a ver piedras venerables y costumbres pintorescas, sino en busca de otro tipo de exotismos: aquel que pudiéramos llamar el exotismo calcáreo, mineral, vagamente alimenticio, de las playas, y ése otro que Baudelaire llamó, no sin ironía, "los paraísos artificiales" que propician la vid y los destilados.

Como sabemos, la fiebre del turismo ha originado, a la contra, una súbita animadversión hacia esta especie gregaria e itinerante que hoy es posible advertir, por ejemplo, en Barcelona. Esto es fácilmente relacionable con los años dorados del boom y el desarrollismo a faja quitada que encarnó, hasta el horror, don Alfredo Landa. Lo cierto, en cualquier caso, es que gran parte de lo bueno, -y algún aspecto de lo malo- que hoy nos distingue se lo debemos a aquel formidable aluvión de suecas que le encrespaba la boina a Paco Martínez Soria. La cuestión, por tanto, no es turismo sí/turismo no, sino qué tipo de turismo queremos. El turismo de botijo y sol ha dado lo que se esperaba de él, y no cabe extenderlo hasta el infortunado reborde de Magaluf, etcétera. España goza de un extraordinario patrimonio cultural (digamos que sir Kenneth Clark se equivocaba al negar la existencia de una cultura española), cuya explotación debe alentarse desde las instancias apropiadas, y cuyos beneficios deben revertir, obviamente, en los lugareños. Vale decir, en nosotros. Esto implicaría, como es lógico, una masa de trabajadores cualificados que hoy ganan su soldada como camareros trilingües. Pero esto implicaría, en primer término, la identificación de aquello que merece la pena promocionar, y dotarlo de los recursos suficientes, tanto humanos como crematísticos.

Me refiero a que no es comprensible la incuria en que se halla, por ejemplo, el Museo Arqueológico de Sevilla. Me refiero también, por hablar sólo de lo existente, del decoroso y meritorio pasar del Bellas Artes, que debería ocupar el lugar que le corresponde -¡y en el año Murillo!- entre los museos españoles. Me refiero, en fin, a que Sevilla es la única ciudad del mundo que ha dado origen a tres mitos (don Juan, Carmen y Fígaro) y nadie parece ser consciente de ello.

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