Los otros

Si la señora Pagazaurtundúa no es hija de su tierra, ¿de dónde es? ¿Y quiénes establecen su extranjeridad o no?

Tras lo sucedido en Rentería, vemos que el PNV se queja de que sus chicos caigan en las provocaciones de gente extranjera, a todas luces malintencionada, mientras que el señor Echenique señala a Ciudadanos como responsable último de los altercados. Altercados que, de gobernar su jefe, el señor Iglesias, no ocurrirían nunca, ya que el señor Iglesias se ofrece como garante solitario y paladín penúltimo de cualquier vindicación territorial que obre contra la integridad de España. El problema, claro, son los otros. Los otros que decía Sartre ("el infierno son los otros"); pero, sobre todo, los otros que necesita el uno nacionalista para sentir el peso y la pureza de la raza.

La malignidad ingénita del nacionalismo no reside en la cautela hipócrita con que deplora, por igual, la existencia de agresores y agredidos. Su naturaleza ominosa y premoderna reside en la extranjerización del vecino para luego proceder a su sacrificio, a su expulsión, cuando no a una intolerable mezcla de ambas cosas. Que el señor Esteban o el señor Ortúzar lamenten la provocación de Ciudadanos tendrían algún valor si dicha provocación no consistiera en que una mujer, cuyo hermano murió asesinado allí, en aras del ideal abertzale, quiera hablar en las calles y plazas de su tierra. Esto, según las voces autorizadas del PNV, es un gesto de hostilidad manifiesta que, como es lógico, sobresalta los ánimos de su muchachada, de por sí buena, leal y honesta. También para el señor Echenique, cuya vocación de Torquemada posmoderno no acaba de reconocérsele, la presencia de la señora Pagazaurtundúa es una insidia abominable, fruto del odio. Pero, claro, si la señora Pagazaurtundúa no es hija de su tierra, ¿de dónde es? Y yendo al corazón del asunto: ¿quiénes y en nombre de qué establecen su extranjeridad o no, su legitimidad o no, su sencillo derecho a la existencia?

De esta radical violencia ha vivido el PNV en los últimos cuarenta años. También ese catalanismo que, con Pujol, distingue entre nacidos en Cataluña, como Borrell, y verdaderos catalanes, como el propio señor Pujol y su progenie auñona y un poco delincuente. Se trata, como vemos, de un largo y meditado proceso de extranjerización, donde una parte de la sociedad, la parte nacionalista y antidemocrática, excluye y oprime a quienes no disfrutan de su credo. Luego llega el señor Echenique y dice que los oprimidos vienen provocando. Y es así, precisamente así, como el señor Echenique se ha convertido en un verdadero hombre de progreso.

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