2021

2021 fue el miedo con el que uno se acuesta pensando que a la mañana siguiente todo estaría arreglado

M E quedará el recuerdo de una canción, de una brisa de aire fresco, de un suspiro mientras el coronavirus, otro año más, enturbia camino y alma. Una canción. La que resume un año de nuestra vida. La del llanto de una generación que no aprende a vivir sin temor y a cara descubierta. La soledad de un sillón donde los brazos se cruzan esperando lo que nunca sabes si volverá a ser lema de vida. Y mientras llega o no, vivir del recuerdo, de lo que un día sembraste, de lo que ni la edad ni los años devolverán, siquiera como garantía del préstamo que nos acercaba a sentirnos felices y hace casi dos años se derramó.

Me quedará un verano y un rumor de olas que van y nunca oíste regresar. Me quedará mi almohada en mil y una noches de insomnio. Me quedará el otoño, una primavera, un rayo de luz, y quizá la esperanza de un día acabar con él. Me quedará una puesta de sol en mi ventana y un árbol que sigue creciendo y creciendo a medias conmigo. Me quedará una fruta roja nunca picada por los pájaros. Me quedará volar y saberme libre, aunque sea mentira, encerrado en esta jaula de mascarillas y claroscuros. Una mentira piadosa para quien adentrándose en la madurez de su vida, no termina de conocerse. Conocerse. Conocernos. Fuiste bueno. Fuimos buenos. De verdad. Créetelo. Lo fuimos. Aunque el 2021 ofreció tiempo y ocasión para dudarlo.

Por si fuera poco, una lágrima cada mes en nuestra mejilla. De tristeza o de felicidad, qué más da. Según dicte el telediario de las tres. A ambos hace tiempo nos hizo sentirnos razonablemente vivos este cruel año plagado de incertidumbres. Sentirnos vivos. Y Un beso. El de nuestros hijos, el de nuestros nietos. Al fin y al cabo, siempre valdrá la ilusión de haberme sentido padre o abuelo, la fragilidad de ellos en mis brazos, su temblor, su frío. O el miedo por lo que vendrá. Yo también lo comparto con ellos. Encerrados, dos años ya, por un virus que destina vidas a un mar de silencios, encerrados en sus vidas sin más arrestos que velar por uno mismo.

2021 fue crisis en un mar que nunca terminó de llegar a tierra. 2021 fue triunfo y derrota, penalty y fuera de juego, blanco y negro, camino y angostura. 2021 fue el miedo con el que uno se acuesta pensando que a la mañana siguiente todo estaría arreglado. Y nunca se cumplió el sueño. A pesar de todo, merece la pena haber vivido simplemente por ello. Quizá nos enseñó otra escala de valores, donde la salud y el alma se prenden con fuerza a nuestra existencia y aprendemos a valorar aquello que le da genuino sentido a nuestro día a día. Mereció la pena 2021. Por ello. Simplemente por ello.

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