LA primera vez que escuché a una locutora mencionar la cifra de 300.000 para referirse a la previsión de asistencia a la beatificación de Fray Leopoldo de Alpandeire ("se esperan más de 300.000 personas" dijo), lo achaqué a un error. Aún estábamos en agosto y pensé que a la becaria de turno se le había colado un cero de más. Menuda exageración. Eso me parecía incluso la cifra de 30.000. Conforme la fecha señalada se fue acercando fui comprobando con estupor que no había equivocación alguna en la lectura de la noticia por parte de aquella locutora. El problema debía tenerlo yo por mi inconsciencia de ateo, por mi incredulidad ante el poder de convocatoria del fraile capuchino del que mi propia madre, sin ir más lejos, siempre ha sido devota. Me acordé entonces del revuelo tan monumental que montó un todavía joven Lennon cuando afirmó aquello de que los Beatles eran más famosos que Jesucristo. ¿Más famosos que Cristo? Ni siquiera tenéis el poder de convocatoria de Fray Leopoldo. Al incauto John le dieron por todos lados y tuvo que recular de inmediato para frenar la quema masiva de discos que la boutade estaba provocando por diversos estados. Hoy en día no solo resulta cándida sino también inconsistente. ¿Qué estrella del rock es capaz de convocar, vivo, una cifra como la prevista por los promotores de la beatificación? La iglesia lo logra sin necesitar que la estrella esté presente. Debe ser la fuerza de la fe. Además, ni al mismísimo Elvis Presley resucitado -o sin resucitar- le cederían con tanta facilidad un recinto militar. Y eso que era un confeso creyente y a su manager le llamaban El Coronel.

Pero una cosa son las previsiones y otra muy distinta la tozuda realidad. Y así, los datos reales de asistencia al evento religioso fueron bastante más modestos de los anunciados. En algunos medios se cifró en torno a los cien o ciento veinte mil. La Subdelegación de Gobierno dejó la cosa en 60.000. Y yo por más que miro las fotos de la explanada no llego a creerme que llegaran a la mitad.

Las excusas para explicar esta considerable diferencia entre la estimación y el recuento final han sido variopintas: los diez minutos de lluvia que cayeron la noche anterior se antojan poco decisivos ante la fuerza de la fe. Y el argumento también esgrimido de que muchos seguidores se retrajeron un poco atemorizados ante las expectativas de masificación, resulta paradójica y capciosa. Siguiendo con la comparación rockera, ¿qué le habría pasado a un promotor de conciertos que vendiera solo una quinta parte de las entradas que tenía previstas? Ya se lo digo yo, seguramente arruinarse.

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