Bagaría

Más que en las viñetas de actualidad, su genio pervive en las espléndidas "siluetas morales"

Fue considerado por sus contemporáneos como el gran renovador de la caricatura en España, del mismo modo que Beerbohm en Inglaterra, Sem en Francia o Gulbransson en Alemania. Como ellos, Luis Bagaría introdujo la modernidad en el arte del retrato o la viñeta satírica, dejando atrás el costumbrismo para ofrecer una mirada más incisiva, identificable por su combatividad y su capacidad de síntesis. Apadrinado por su amigo Rusiñol, Bagaría ya había destacado en su Barcelona natal, pero fue después de trasladarse a Madrid en 1912 cuando su firma se hizo popular, sobre todo a partir de sus celebradas colaboraciones en El Sol. El trazo curvilíneo, la economía de medios, el uso de blancos o de símbolos recurrentes son algunas de las características de unos dibujos, elogiados por autores como Azorín, Baroja, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Ortega, d'Ors, Pérez de Ayala o Gómez de la Serna, que buscaban no tanto el parecido físico como la esencia -con acierto fue definido como "caricaturista del espíritu"- de los personajes retratados. Él mismo dejó escrito que el humor es "una flor que nació del pesimismo", lo que explicaría su auge en una época en la que pocos podían ser optimistas respecto al futuro de la política, dejando aparte el breve paréntesis en el que pareció que la joven República podía inaugurar un orden nuevo. No fue así, como es sabido, y Bagaría, que ya había padecido los rigores de la censura y llegó a estar dos años desterrado en Argentina durante la dictadura de Primo, tuvo que exiliarse de nuevo, primero en Francia y después en Cuba, donde murió, exhausto y alcoholizado, al poco de acabada la guerra. Cuenta Pepe Esteban, devoto y antólogo del dibujante, que Bagaría tenía el gusto de la vida bohemia y fama de hombre afable y generoso, lo que no le impidió emplearse con dureza en el campo de las ideas. "Ningún hombre verdadero cree ya en esta zarandaja del arte puro", le dijo Lorca en una de las últimas entrevistas que concedió el poeta, pero lo cierto es que el propio Bagaría, tan de siempre comprometido, fue a la vez un hombre verdadero y un artista puro. Republicano y socialista, apoyó a Azaña y llegaría a convertirse en un símbolo, como su león tocado con el gorro frigio. Pero desde mucho antes del sexenio, sus dibujos habían retratado con singular acierto a los principales representantes del arte, la literatura o la política. Más que en las viñetas de actualidad, testimonios de un tiempo áspero que no puede evocarse con nostalgia, su genio pervive en las espléndidas "siluetas morales", donde encontramos esa "alta aspiración estética" que señaló Ortega y compartieron tantos españoles en aquellos años aciagos

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