De madrugada, tras oír en Radio María al Obispo Munilla afirmar que el diablo nos chupa la idea de Dios del alma, me nublo y me pongo a pensar si el filósofo Umberto Eco llevaba razón cuando decía que las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que antes hablaban sólo en el bar, tras un vaso de vino, sin dañar a la comunidad, a los que se callaba rápidamente, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Pero Munilla no es un imbécil, os lo aseguro, tiene una voz pastosa pero muy eufónica y no se trastabilla al hablar. Ni él ni sus congéneres han tenido que esperar a las redes sociales para divulgar sus diabluras. Púlpitos no les han faltado. Pero Eco a quienes llama idiotas es a los que les ha dado por soltar bobadas en la red. Desde luego la red no está hecha para la cátedra, ni para el sermón. Si para el regaño y la condena. El desahogo y la expansión. Creo que en cada época el poder ha encontrado armas de sumisión y consuelo para asegurarse la mansedumbre de los desdichados. Las rebeliones violentas y las guerras se han producido, más que nada, por hambrunas o por extravíos imperialistas, colonialistas y expansivos de caudillos y reyes que no disponían ni del fútbol ni de las procesiones ni de los gimnasios para dar salida a la poderosa energía física de la juventud, y le tenían que organizar guerras para que desfogara. Ahora, los tontos del internet nos quedamos descansando, después de cortarle la cabeza, de quemar virtualmente la efigie de un Borbón, o de cantarle las cuarenta a Sánchez y a su elenco de ministras o/y ministros. Durante siglos se consoló a los pobres a lo Jorge Manrique, haciéndoles ver que a la hora de la muerte, ricos y menesterosos somos iguales. Y que el buen Dios, en la otra vida, discriminaría positivamente a los desgraciados acercándolos a su trono y distanciando a los plutócratas. Hoy no hace falta, escribes en la red, apenas ha sido nombrado el nuevo Gobierno, que no piensas concederle los 100 días de cortesía habituales y que, decepcionado de la política y de los políticos, lo que le vas a otorgar son 100 días de sospecha vigilante. "A ver si este Sánchez cree que soy tonto", piensas. Y ahí queda todo. Después, a ver el España-Irán. Parapetado tras la crujiente barricada de un enorme paquete de palomitas.
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