La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Blues de un domingo caluroso

La gran música popular moderna tenía una presencia social que hoy sólo tiene la mala

La inteligente sensibilidad del presuntamente elitista Proust le permitió comprender y amar lo popular. En Los placeres y los días escribió: "Detestad la mala música, no la despreciéis. Se toca y se canta mucho más, mucho más apasionadamente que la buena porque, en mayor medida que esta, se ha llenado poco a poco del ensueño y de las lágrimas de los hombres. Sea por eso venerable. Su lugar, nulo en la historia del Arte, es inmenso en la historia sentimental de las sociedades".

Es importante tener en cuenta que Proust lo publicó en 1896 y entonces esa "mala música" que sonaba en las calles, los bailes de los barrios o los cabarets era la naciente música popular moderna francesa de la que poco después nacería la gloria de la chanson. Nada que ver con la "mala música" actual. Aquella música popular sumó inmensos talentos de letristas, compositores e intérpretes como sucedería en España con la copla o en Estados Unidos con el jazz y la canción jazzística. En Francia tanto letristas y músicos populares como grandes poetas y músicos serios de la vanguardia escribieron canciones extraordinarias. Pienso en Maurice Jaubert, en el lado serio, o en Joseph Kosma… ¿en qué lado? Porque el autor de Les feuilles mortes, cuya letra escribió el poeta Jacques Prevert, se había formado con Bela Bartok y fue director de la Ópera de Berlín, cargo que abandonó para unirse a la compañía de teatro cabaret Brecht. Mientras en Estados Unidos la música más popular la componían Gershwin, Porter o Berlin y la interpretaban Joe Venuti, Eddie Lang, Bunny Branigan, Paul Whiteman, Armstrong, Jimmie Lucenford, los hermanos Dorsey o Artie Shaw.

Causa melancolía pensar que estas músicas eran las más populares, que en los cabarets de Berlín se cantaban las canciones que años después Ute Lemper interpretaría en los más prestigiosos escenarios o que Bessie Smith se dio a conocer en un tugurio de Selma (Atlanta) y Edith Piaf empezó cantando en las calles. La gran música popular moderna tenía una presencia social -lo mejor al alcance de todos- que hoy sólo tiene la mala. Cuando el genio se une a lo popular y la gran música se mezcla con las vidas comunes y corrientes se alcanza una forma de perfección. Que desde hace años se ha perdido. Hoy, amigo Proust, la mala música que se oye por todas partes es simplemente mala. Porque no se ha llenado del ensueño y las lágrimas de los hombres.

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