EL desencanto de los ciudadanos con los políticos aumenta. Y las torpezas de algunos abren más esa brecha. Esta semana España ha pagado más caras sus emisiones de deuda. La alarma desatada por dirigentes del PP sobre nuestras cuentas públicas no ha sido gratuita. Y ha pasado algo desapercibido, pero el pasado miércoles, al final de la sesión plenaria, el presidente del Congreso dijo por sorpresa que distintos grupos le habían pedido reducir los días de pleno de tres a dos a la semana. Añadió que si nadie tenía nada en contra, haría una proposición. Los diputados se quedaron mudos. Y al instante, Bono constató que había asentimiento. Pero a la salida, todos los grupos dijeron que no sabían nada y que estaban en desacuerdo.

Parece que estamos ante una decisión personal de Bono. Una torpeza. Esta semana, en la última encuesta del CIS, el paro es el primer problema nacional para la casi totalidad de los españoles; para casi la mitad, la economía es su segunda preocupación, y para casi la cuarta parte, los políticos son los responsables de las dos primeras. El personal no está para bromas. Sin embargo, si un día menos de pleno significa que los diputados van a abrir oficinas en sus distritos electorales con horarios de atención al público, al estilo de sus colegas británicos, bienvenida sea la medida. Así los votantes podrían exigir soluciones a sus problemas concretos.

El presidente Griñán ha hecho un ejercicio similar en el Parlamento andaluz. El jueves, IU se quejó de que el sistema electoral regional le perjudica. El diputado le cuesta 52.000 votos, al PP 38.000 y al PSOE 36.000. Y Griñán avanzó que en el Debate sobre el estado de la Comunidad propondría el aumento del número de escaños. Es digno de aplauso que después de 30 años de hegemonía, el PSOE quiera favorecer a las minorías. Podría utilizar su mayoría, que le basta, para crear una novena circunscripción regional y distribuir un determinado número de escaños entre los restos provinciales que no hayan obtenido representación. Pero proponer en esta coyuntura aumentar el número de diputados, o reducir las jornadas de trabajo, es una muestra de que hay políticos que viven en una burbuja, aislados del mundo. Y eso, tampoco es gratis.

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