Paso de cebra

José Carlos Rosales

Bush se va para siempre

El próximo 20 de enero Barack Obama entrará en la Casa Blanca como nuevo presidente de los Estados Unidos de América. No cabe duda de que es una buena noticia. Y no sólo por las expectativas de futuro que se abren en aquel país envidiable, sino también porque el inquilino anterior, el inefable George Bush, saldrá con las maletas en dirección a su rancho, cerrándose así uno de los periodos más tristes y reprobables de la historia reciente del mundo. Por eso es comprensible que la alegría o el alivio se extiendan por doquier. Pero también es cierto que esa alegría es una alegría polivalente: la verdad es que Bush se hubiera ido de todas las maneras, ganara quien ganara en estas últimas elecciones estadounidenses. Ahí está lo mejor: Bush se va para siempre. Esperemos que con su marcha también desaparezca para siempre su manera de entender la política (económica o militar), una política que ha elevado por todas partes los niveles de confrontación y pobreza, irresponsabilidad, autoritarismo.

Este verano, en las tiendas de la Quinta Avenida de Nueva York, se ofrecían al visitante, junto a pequeñas estatuillas de la libertad, pegatinas y chapas con el lema "19 de enero, último día de Bush". La gente de todos los países que paseaba por allí las compraba con ilusión y picardía porque la pesada carga del último presidente republicano de los Estados Unidos se había vuelto insoportable. Y esa evidencia ha multiplicado, al margen de las virtudes objetivas de Obama, el entusiasmo y la ilusión: nada podía ser peor que Bush.

Pero todo tiene un límite: la política (sobre todo la exterior) no se cambia de la noche a la mañana y, una vez producidos los cambios, sus efectos tardarán en notarse. Y más aún cuando otros líderes del mundo se encuentran confortablemente instalados en la crispación o el desafío. Dialogar y entenderse, establecer acuerdos o encontrar medidas que mejoren la vida de la gente es tarea complicada: hay que aunar voluntades, limar diferencias, comprender al otro. En España lo sabemos muy bien: si el Partido Popular hubiera colaborado un poco, en la legislatura anterior se hubieran podido hacer más cosas; o, simplemente, hacer mejor las cosas. Pero la inercia es cómoda. Y la confrontación exime (aparentemente) de responsabilidad.

Así que no nos engañemos, sigamos trabajando (problemas no nos faltan), que Obama no resolverá la situación escandalosa del Centro Comercial Nevada, ni contribuirá a terminar de una vez las carreteras que tanto nos aíslan, ni impedirá que se malbarate la Casa Agreda: Obama (por suerte o por desgracia) no gobernará en estas tierras.

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