NO tienen justificación posible. A escala humana es la mera sinrazón. El atentado de Niza, como todos los anteriores de las últimas semanas, no tiene justificación alguna. Tengan lugar en Europa, en el mundo árabe o en Turquía. En una terraza de verano, una mezquita iraquí o un mercado turco. Lo cual no nos quita la certeza del convencimiento de que lo que estamos viviendo hoy es resultado de lo que hicimos ayer y que lo que tendremos mañana será producto de lo que hagamos hoy. La situación que atravesamos en nuestro mundo es responsabilidad de todos nosotros y a todos nos incumbe ponerle solución. Y que no basta el optimismo del Quijote: "Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca".

Los atentados y comportamientos que estamos presenciando no resultan algo nuevo. Las actuaciones, individuales o colectivas, de amplificación del horror están ya inventados al menos desde la mitad del siglo XVII europeo o los tiempos del terror de la Revolución Francesa, a finales del siglo XVIII, en los primeros episodios, derivados de los presupuestos de la Ilustración, del régimen democrático que disfrutamos una parte de la Humanidad. Y vaya por delante que el uso del terror como arma política no obedecía al pensamiento ilustrado, aunque se ejerciera, en vano, en su nombre.

Un antiguo historiador árabe, Ibn Jaldún, andaluz nacido en Túnez, a mitad del siglo XIV, lo explica muy bien a nivel global: las sociedades rompen la cohesión que las hace viables cuando los excluidos sobrepasan a los integrados en el sistema o se generan minorías relevantes sin futuro. El hecho de ser excluido no justifica la acción violenta pero tampoco exime a la sociedad de su obligación de evitar las exclusiones en nombre de una supuesta viabilidad global, social, económica o política. Y en nuestro mundo se tiene a veces la sensación de haber perseguido una bonanza global a base de olvidar usos y costumbres adecuados que hagan nuestro futuro viable. Y que no permita desviaciones de cualquier sistema.

Otro mecanismo usado en el pasado es el procedimiento de, en todos los lugares o sistemas, criar cuervos que justificaran la existencia de "salvadores" que mantenían a raya los extremismos. Porque estos salvadores se consideraban como mal menor necesario. Y así hemos derivado en posiciones extremas. Que llegan hasta el terrorismo. Y nunca se mata o se escarnia a personas y colectivos más impunemente que cuando se hace en nombre de la religión, el nacionalismo o una cultura específica, todo ellos alejados de unos presupuestos comunes a toda la Humanidad. Ya defendidos desde Sócrates, la norma del Imperio Romano, el Islam medieval o los principios de la Revolución Francesa.

Y vaya por delante el principio de Aristóteles, siglo IV antes de Cristo: "El objetivo de la sabiduría no es asegurar el placer sino evitar el dolor". Valga para cualquier actuación humana, individual o colectiva.

Porque al final, en las actuaciones terroristas o el terror de las redes sociales, descalificando e insultando en nombre de la libertad de expresión, sólo hay una acción criticable e inadmisible. En la lengua generada en la Edad Media de Andalucía utilizaban un término: "cafre". Venía del árabe kafir, apóstata o renegado. "Bárbaro" o "cruel" como hoy lo define el Diccionario. Los asesinos no responden a ninguna idea o creencia, por más que se adjudiquen la exclusiva de una religión o cultura. Como dicen algunos amigos árabes: el islam es paz, salam, o no es islam. La democracia es respeto o no es democracia. Y el islam, aunque algunos no lo crean y otros afirmen desde dentro lo contrario, no está en contra de la democracia. Y pongo a Averroes el Nieto por testigo.

Pero seamos conscientes de que el mundo que hemos creado no resulta viable. Aunque la mejor lucha es mantener nuestro sistema de vida, eliminando los elementos que han introducido algunos cafres que están entre nosotros. Y ser conscientes, como decía Antonio Gramsci, de que cuando "un viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer y en ese claroscuro surgen los monstruos". Dejando claro el principio senequista: no queremos pisotear a los demás, pero no estamos dispuestos a que nos pisoteen a nosotros.

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